Suscribimos desde, como se diría antiguamnente, la cruz hasta el punto final la crónica que realiza D. Antonio Lorca en El País, sobre la corrida de Miura celebrada ayer, domingo tres de mayo en Sevilla. Particularmente los párrafos finales en alusión a lo que viene y vendrá de forma irremediable.
Se terminó la Feria de Abril de este año, la peor de la historia puesto que para la empresa de la plaza ha primado 'la pasta' antes que cualquier otra consideración y así nos ha brindado una tarde tras otra un bodrio de proporciones impensables en una plaza de primera, claro que ha podido hacer tal cosa graciasa que los aficionados siguen ocupando asientos en La Maestranza y no nos proponemos que se metan por el mismísimo.... todas las entradas y abonos mientras este la empresa Pagés gestionando el coso maestrante.
Ahora los maestrantes, principales responsables de este desaguisado, cogerán y se irán a la Feria de Jerez a ver a José Tomás, Perera o Cayetano. Pagés y los maestrantes confirmarán de esa manera la falta de respeto debida a la afición.
La Junta de Andalucía debería dar un escarmiento de los que hacen historia y bajar la categoría de la Plaza de Toruchos de Sevilla.
LA CRÓNICA de D. Antonio Lorca.
"Un científico del toreo"
No será el triunfador de esta feria porque los derroteros del toreo van por otros caminos, pero es un maestro consumado, un torero de una pieza. Ayer, sin ir más lejos, El Fundi se comportó como un verdadero científico al que sólo faltaron el batín, las probetas, los líquidos burbujeantes y ese aire de sabio un poco loco. Pero de loco, nada. Este torero posee una inteligencia prodigiosa delante de los toros y es una delicia asistir a una sesión de estudio, solo en el laboratorio, fuera del mundo, ajeno a todos y a todo.
Toda su actuación fue un prodigio de conocimiento, un despliegue de técnica, un derroche de ciencia y poder. No es un exquisito ni le adorna el pellizco, pero es, hoy por hoy, el torero que mejor simboliza la simbiosis entre la lidia clásica y el toreo moderno.
La corrida de Miura fue manejable, floja y noblota, pero en manos de este torero ganó cotización y cualidades. Sus toros fueron sosos, como todos, pero los estudió a conciencia, ahormó sus embestidas, les enseñó el camino, alargó su recorrido y compendió toda una lección magistral de la lidia del toro bravo. Y las dos faenas las realizó en el centro del ruedo, donde citan los toreros de verdad. Resulta sorprendente cómo estudia los terrenos, cómo mira fijamente a los ojos de sus oponentes, cómo adivina sus reacciones y, al final, cómo lo obedecen toros que momentos antes habían cantado su aspereza y bronquedad. La lidia a su primero fue un derroche de torería, y, en la distancia adecuada, lo toreó de maravilla por ambos lados. Menos claro era el cuarto, más soso y flojo. Pero tras un análisis concienzudo, bien colocado siempre, lo muleteó con suficiencia y gallardía hasta el dominio total. El desplante final, en el mismo centro del anillo, con la pierna derecha flexionada, fue el colofón de la actuación de un torerazo, que no obtuvo trofeos porque no acertó con el estoque, pero que un año más se lleva el reconocimiento, el respeto y la admiración de esta plaza.
El triunfador numérico, sin embargo, fue Padilla, que cortó una oreja al quinto de la tarde, el de más noble viaje. Padilla, sin embargo, no es un científico; Padilla es un profesional -que no es poco- que lo da todo, aunque lo que tiene que dar no es mucho. Su entrega es total, lo que tiene su mérito, pero su toreo es tosco y sin estilo reconocido. Aprovechó a su manera las buenas condiciones de su oponente y paseó muy contento el trofeo. Capoteó bien a la verónica a su primero, que llegó extenuado al tercio final.
Tampoco tuvo suerte Valverde, un diestro aguerrido y de valor seco, que dice poco cuando el toro va y viene. Ninguno de los dos le valió: sosísimo su primero y muy deslucido el sobrero.
Acabó la Feria de Abril. Acabó el tormento del toro tullido y muerto en vida. Acabó, por ahora, el fraude y el engaño. Pero lo peor es que nadie se da por aludido. Mañana será otro día. Mientras tanto, esta fiesta grande se desangra por los cuatro costados entre la apatía irresponsable de sus responsables. El que avisa...
Toda su actuación fue un prodigio de conocimiento, un despliegue de técnica, un derroche de ciencia y poder. No es un exquisito ni le adorna el pellizco, pero es, hoy por hoy, el torero que mejor simboliza la simbiosis entre la lidia clásica y el toreo moderno.
La corrida de Miura fue manejable, floja y noblota, pero en manos de este torero ganó cotización y cualidades. Sus toros fueron sosos, como todos, pero los estudió a conciencia, ahormó sus embestidas, les enseñó el camino, alargó su recorrido y compendió toda una lección magistral de la lidia del toro bravo. Y las dos faenas las realizó en el centro del ruedo, donde citan los toreros de verdad. Resulta sorprendente cómo estudia los terrenos, cómo mira fijamente a los ojos de sus oponentes, cómo adivina sus reacciones y, al final, cómo lo obedecen toros que momentos antes habían cantado su aspereza y bronquedad. La lidia a su primero fue un derroche de torería, y, en la distancia adecuada, lo toreó de maravilla por ambos lados. Menos claro era el cuarto, más soso y flojo. Pero tras un análisis concienzudo, bien colocado siempre, lo muleteó con suficiencia y gallardía hasta el dominio total. El desplante final, en el mismo centro del anillo, con la pierna derecha flexionada, fue el colofón de la actuación de un torerazo, que no obtuvo trofeos porque no acertó con el estoque, pero que un año más se lleva el reconocimiento, el respeto y la admiración de esta plaza.
El triunfador numérico, sin embargo, fue Padilla, que cortó una oreja al quinto de la tarde, el de más noble viaje. Padilla, sin embargo, no es un científico; Padilla es un profesional -que no es poco- que lo da todo, aunque lo que tiene que dar no es mucho. Su entrega es total, lo que tiene su mérito, pero su toreo es tosco y sin estilo reconocido. Aprovechó a su manera las buenas condiciones de su oponente y paseó muy contento el trofeo. Capoteó bien a la verónica a su primero, que llegó extenuado al tercio final.
Tampoco tuvo suerte Valverde, un diestro aguerrido y de valor seco, que dice poco cuando el toro va y viene. Ninguno de los dos le valió: sosísimo su primero y muy deslucido el sobrero.
Acabó la Feria de Abril. Acabó el tormento del toro tullido y muerto en vida. Acabó, por ahora, el fraude y el engaño. Pero lo peor es que nadie se da por aludido. Mañana será otro día. Mientras tanto, esta fiesta grande se desangra por los cuatro costados entre la apatía irresponsable de sus responsables. El que avisa...
1 comentario:
gracias para este bueno articulo
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