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Vídeo: Ricardo Domínguez
José Luis Vadillo Madrid
Siete en punto de la tarde. El presidente extiende un pañuelo blanco, suenan clarines y timbales y arranca el paseíllo en Las Ventas. El ritual se cumple invariablemente cada tarde, pero el espectáculo no comienza entonces, es sólo la culminación de una serie de rituales, trabajos y trámites administrativos que ocupan todo el día.
10.30 horas. Patio de caballos de la plaza de Las Ventas. El equipo de veterinarios compuesto por Carlos Fernández, Secundino Ortuño y Francisco Javier Horcajada se encierra en un despacho espartano de cuya puerta cuelga un cartel con el rótulo 'Autoridades'. Junto a ellos, dos policías nacionales que ejercen esa tarde de delegados gubernativos y tienen como misión dar fe de que todo lo que allí ocurre está dentro de la legalidad que marca el Reglamento Taurino.
Sobre la mesa, los 'dni' de los toros que se van a lidiar y también los de los sobreros, los Documentos de Identificación Bovina. Comprueban la retahíla de números y letras y cotejan que las marcas coincidan. Todo está correcto. Los tres veterinarios ya hicieron un primer reconocimiento y prevén que no habrá problemas para dar el visto bueno a los ejemplares de esta tarde En ocasiones, tiene que desfilar ante sus ojos doce, catorce o hasta dieciséis toros para aceptar un encierro de seis en San Isidro. La exigencia es grande.
'Esto es el ritual, los fogones'
La siguiente parada son las caballerizas para ver a los caballos de los picadores que actuarán por la tarde. Los veterinarios piden que se muevan las monturas: "Adelante, atrás, muestra un costado. El otro, solicitan. "El objetivo es comprobar que no tienen lesiones y están preparados para picar, que se mueven bien", explica el veterinario Carlos Fernández.
Minutos antes de que comience el reconocimiento del encierro, el presidente del festejo, Julio Martínez se acerca a saludar a los delegados, veterinarios y resto del personal de la plaza que participa en las labores. "Esto es el ritual, son los fogones de lo que se cuece cada tarde", cuenta con humor el presidente.
11.00 horas. Corrales de la plaza. "¡Puerta, va toro!". El grito da la señal de inicio al reconocimiento. Un amplio corral rectangular es el escenario de una secuencia que tiene como espectadores a un puñado de elegidos: torileros, mayoral, veterinarios, apoderados, ganadero... Sale el primer toro, negro, un animal de excesos: mucho morrillo, muchos pitones, muchos kilos. Ciertamente, impresiona. Los apoderados tuercen el gesto mientras los veterinarios observan cómo se mueve, provocan que se gire, que se muestre como un modelo sobre la pasarela.
¿Qué buscan en esta inspección visual? Lo primero, posibles defectos: cojeras ostensibles, pitones despuntados, cornadas, problemas de visión... Todo transcurre en un estricto silencio y con quietud. Se trata de que la casta de estos ejemplares de José Luis Pereda y La Dehesilla no los lleve a rematar en las contundentes barreras, porque podrían estropearse para la lidia. "Estos suelen ser tranquilos, los que dan más problemas son los de encaste Santa Coloma (ganaderías como La Quinta o Buendía), que tienen más picante", dice Carlos Fernández.
El trapío, la piedra filosofal
"¡Puerta!". Aparece ahora tras el portón un colorao astifino que echa la cara arriba y mira a los torileros que manejan las sogas; y de reojo otea el cielo nublado de Madrid. ¿Qué más buscan los veterinarios? Sobre todo, que los ejemplares reúnan el trapío suficiente para Las Ventas. Asesoran al presidente, que les consulta. "Hay muchas definiciones de trapío", apunta Javier Horcajada, "pero siempre tiene que haber armonía". No sirve que un toro tenga kilos, esté bien rematado y con su morrillo, etcétera, si luego es pobre de pitones. Y a la inversa: tampoco valdrá un animal con mucha cara si no está rematado por detrás.
Los apoderados ya empiezan a asentir. Los toros que van desfilando por el corralón se adaptan mejor al concepto que ellos tienen de lo que deben lidiar sus toreros: armoniosos de hechuras, astifinos, pero sin un volumen excesivo ni pitones espeluznantes. El ganadero también se pasea satisfecho por el callejón, sólo han rechazado uno de los que trajo, el más justo de presentación. Mientras los apoderados quedan en un aparte sorteando los lotes, llega el rumor de los aficionados que hacen cola para asistir más tarde al apartado y enchiqueramiento. Incluso hasta aquí, al aire libre, llega el olor cargante de un puro. El presidente del festejo se despide: ya ha supervisado todo y sólo resta presidir la corrida, aunque apunta que el reconocimiento es un momento "de igual o mayor responsabilidad".
12.00 horas. El apartado. Desde el patio de caballos, los aficionados suben un tramo de escaleras que lleva a los corredores sobre los toriles. Uno a uno, ven pasar a los elegidos para la gloria o el fracaso que se dará siete horas más tarde sobre el albero de la plaza. La suerte está echada. Los espectadores comentan la presentación de los morlacos y hacen sus apuestas con gran seguridad, como si ya supieran cuál va a embestir mejor. Se ven diferentes los toros desde unos metros más arriba que a ras del suelo, cuando la mirada de los astados llega de tú a tú. "Hay toros que engañan, que dan presencia en el corral y luego la plaza se los come. A otros les pasa al contrario, que parecen poca cosa y luego ganan desde arriba", dice uno de los veterinarios.
El trabajo de Fernández, Ortuño y Horcajada no ha finalizado aún. Cuando empieza el espectáculo el más veterano de ellos se sienta a la diestra del presidente para asesorarle. Y al finalizar la lidia, se ocupan de hacer las certificaciones de la carne de las reses lidiadas, que se vende a carniceros.
Ya están todos los toros enchiquerados, a oscuras en su apacible apartado de la plaza. Ya se han marchado los veterinarios, autoridades, el público y hasta Florito, el mayoral. Sólo se oirá algún mugido y los cencerros de los cabestros hasta las siete en punto de la tarde, cuando ondee un pañuelo blanco sobre el balcón presidencial y suenen clarines y timbales.
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