Comentario de José Mª Martínez para 'TOROS CON RETRANCA':
Vamos a reproducir hoy el artículo que D.Antonio Lorca publica en El País, en referencia a la corrida de toros, o lo que fuese, sufrida ayer, miércoles 20 de mayo, en el ruedo de Las Ventas.
Lástima que los paniaguados y leales servidores de la empresa de Madrid, Molés y cía, no nos dejen escuchar el sonido ambiente de la plaza cuando las protestas se hacen clamorosas y éstos, Molés y cía, hablan del tiempo o de las excelencias del viento que viene de Soria. A estas alturas de los 14 petardos sufridos en Madrid, ya no caben dudas de quién paga más a este trío de chikilicuatres, la empresa, las figuritas de cartón o los ganaderos. El caso es poner la mano y hacer todo lo posible para que parezca que cuando el público se cabrea lo que hacen es vitorear a unos novios que están de paso por los tendidos.
Decía Voltaire sobre el sentido común, tan necesario en nuestra Fiesta, Me pedís, amigo mío, armas contra los tontos. Vuestro sentido común debería bastaros.
LA CRÓNICA de D.Antonio Lorca:
El toro, una especie en extinción
Un escándalo; un gran escándalo... La corrida de ayer fue otra vergonzosa estampa del toro tullido, amuermado, enfermo, borracho, o vaya usted a saber qué, que con tanta y desgraciada frecuencia aparece en los ruedos. Toros imposibles, incluso, para el toreo de cursis bailarines en el que se ha convertido la fiesta en la actualidad.
Cada año vuelven los mismos, los más inválidos y descastados Están acabando con este espectáculo que alguna vez fue maravilloso
Los toros -con perdón para los toros bravos- de Peñajara fueron pura escoria, rodaron sin descaro por la arena y ofrecieron un lamentabilísimo espectáculo. Pero así está la fiesta llamada eufemísticamente de toros, cuando ya no hay toros bravos, ha desaparecido la especie, y lo que se cría es un raro animal, resultado de una mutación genética que, más pronto que tarde, pondrá punto y final a una tradición ancestral de este país. Y se acabará por obra y gracia, exclusivamente, de quienes tienen la obligación de cuidarla y velar por su integridad y pureza.
Como es lógico, la gente se enfadó mucho con la autoridad y algunos se acordaron de la familia del presidente. Pero quede claro que él no es el único responsable. Debieran compartir banquillo los toreros, en primer lugar, los ganaderos y los empresarios. Hace mucho tiempo que se sabe que la cabaña brava sufre una enfermedad terminal, pero nadie quiere poner remedio. Y no lo hacen porque, desaparecido el aficionado sabio y exigente de antaño, no tienen quienes les presionen para que, sencillamente, cumplan con su obligación. Cada año vuelven los mismos toros, los más inválidos y descastados, porque ésos son los que exigen las figuritas de la modernidad; y los ganaderos los crían porque, de lo contrario, se les acaba el negocio; y los empresarios los compran porque nos les importa el público; porque saben que esta fiesta ya no es más que un acto social, y que cada vez hay más abonos en manos de empresas e instituciones que utilizan las entradas para agasajar a sus clientes. Un acto social en el que se bebe mucho, muchísimo, y se fuman unos puros enormes que deben costar, en el estanco que ha habilitado la propia plaza, una barbaridad de euros. Protestan los del tendido siete y algunos que se unen por imitación, pero a los invitados, que parecen mayoría, les trae al fresco lo que ocurra. Por eso, los taurinos -las figuras, los primeros, que no se olvide nunca- engañan y manipulan, y están acabando con este espectáculo que alguna vez fue maravilloso.
Pero algo se puede salvar del desastre. Primero, el torero mexicano El Payo, que sorprendió a todos con su arrojo, valentía, disposición e inteligencia. Mató dos sobreros; al primero, un toro bronco que lanzaba gañafones al final de cada muletazo, lo sometió con gran pundonor y le robó un par de tandas muy meritorias. El sexto era un soso zambombo con el que estuvo hecho un tío, un torero de los pies a la cabeza, y trazó muletazos hondos por ambas manos, aunque sin la necesaria continuidad. Tiene pinta de torero este mexicano. Será lo que tenga que ser, pero su forma de estar en la plaza y su disposición le auguran un futuro prometedor. Que no se olvide el tercio de quites que él y Abellán protagonizaron en el primero. Hasta cinco quites entre ambos: El Payo, por gaoneras, chicuelinas y delantales, y Abellán, por verónicas y delantales. No fue un tercio grandioso, pero sí alegre, emotivo y novedoso en tiempos de tanta uniformidad.
Dispuesto se mostró en todo momento Abellán con dos muertos en vida, y Marín hizo un titánico esfuerzo con el agresivo y violento segundo, ante el que le aguantó con gallardía un par de estimables tandas, pero le faltó corazón.
Cada año vuelven los mismos, los más inválidos y descastados Están acabando con este espectáculo que alguna vez fue maravilloso
Los toros -con perdón para los toros bravos- de Peñajara fueron pura escoria, rodaron sin descaro por la arena y ofrecieron un lamentabilísimo espectáculo. Pero así está la fiesta llamada eufemísticamente de toros, cuando ya no hay toros bravos, ha desaparecido la especie, y lo que se cría es un raro animal, resultado de una mutación genética que, más pronto que tarde, pondrá punto y final a una tradición ancestral de este país. Y se acabará por obra y gracia, exclusivamente, de quienes tienen la obligación de cuidarla y velar por su integridad y pureza.
Como es lógico, la gente se enfadó mucho con la autoridad y algunos se acordaron de la familia del presidente. Pero quede claro que él no es el único responsable. Debieran compartir banquillo los toreros, en primer lugar, los ganaderos y los empresarios. Hace mucho tiempo que se sabe que la cabaña brava sufre una enfermedad terminal, pero nadie quiere poner remedio. Y no lo hacen porque, desaparecido el aficionado sabio y exigente de antaño, no tienen quienes les presionen para que, sencillamente, cumplan con su obligación. Cada año vuelven los mismos toros, los más inválidos y descastados, porque ésos son los que exigen las figuritas de la modernidad; y los ganaderos los crían porque, de lo contrario, se les acaba el negocio; y los empresarios los compran porque nos les importa el público; porque saben que esta fiesta ya no es más que un acto social, y que cada vez hay más abonos en manos de empresas e instituciones que utilizan las entradas para agasajar a sus clientes. Un acto social en el que se bebe mucho, muchísimo, y se fuman unos puros enormes que deben costar, en el estanco que ha habilitado la propia plaza, una barbaridad de euros. Protestan los del tendido siete y algunos que se unen por imitación, pero a los invitados, que parecen mayoría, les trae al fresco lo que ocurra. Por eso, los taurinos -las figuras, los primeros, que no se olvide nunca- engañan y manipulan, y están acabando con este espectáculo que alguna vez fue maravilloso.
Pero algo se puede salvar del desastre. Primero, el torero mexicano El Payo, que sorprendió a todos con su arrojo, valentía, disposición e inteligencia. Mató dos sobreros; al primero, un toro bronco que lanzaba gañafones al final de cada muletazo, lo sometió con gran pundonor y le robó un par de tandas muy meritorias. El sexto era un soso zambombo con el que estuvo hecho un tío, un torero de los pies a la cabeza, y trazó muletazos hondos por ambas manos, aunque sin la necesaria continuidad. Tiene pinta de torero este mexicano. Será lo que tenga que ser, pero su forma de estar en la plaza y su disposición le auguran un futuro prometedor. Que no se olvide el tercio de quites que él y Abellán protagonizaron en el primero. Hasta cinco quites entre ambos: El Payo, por gaoneras, chicuelinas y delantales, y Abellán, por verónicas y delantales. No fue un tercio grandioso, pero sí alegre, emotivo y novedoso en tiempos de tanta uniformidad.
Dispuesto se mostró en todo momento Abellán con dos muertos en vida, y Marín hizo un titánico esfuerzo con el agresivo y violento segundo, ante el que le aguantó con gallardía un par de estimables tandas, pero le faltó corazón.
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