Comentario de José Mª Martínez para TOROS CON RETRANCA:
Vamos a reproducir la crónica que D. Antonio Lorca dedica, en las páginas de El País, a la corrida de toros (si es que pueden llamarse así) sufrida ayer, jueves 30 de abril, en La Maestraza de Sevilla.
En las notas que tomé sobre la corrida apunte en grande LA MAESTRANZA PLAZA DE PUEBLO, esa y no otra fue la impresión que me dió, sobre todo viendo lo que está ocurriendo tarde tras tarde, el coso sevillano ayer.
Que verguenza, que birria de animaluchos (cabras, sardinas, burras etc... toros de lidia no, eso es seguro de toros de lidia nada de nada). Que pena que no terminara aquello en un altercado público en el que los aficionados, qe serían pocos visto lo visto, corrieran a gorrazos hasta Triana a los empresarios, ganaderos, toreros y demás, porque todos ellos, si, todos tienen algo de responsabilidad en esto que está ocurriendo en Sevilla. Habrá que aplaudir al aficionado que grito desde el tendido: ¿Dónde compráis los toros, en los chinos?
'¿HASTA CUANDO ESTA GENTE ABUSARÁ DE NUESRA PACIENCIA?'
LA CRÓNICA DE D. ANTONIO LORCA:
"Sevilla pierde los papeles"
Si ayer quedaba algún aficionado en la Maestranza aún estará lamentando una imagen verdaderamente lastimosa. Sevilla perdió definitivamente los papeles al concederle una oreja a José María Manzanares por un esbozo de faena de patio de colegio a un noble inválido con el que se entretuvo, sin despeinarse, como un enfermero aventajado. Nadie le va a negar la elegancia y el porte a este torero, pero hace falta algo más que buen gusto para que unas caricias convulsionen a una plaza donde se han protagonizado gestas imborrables. Dulzura, almíbar y postura; ésas fueron las tres patas del entrenamiento a puertas abiertas de un Manzanares que, quizá sorprendido, recibió un trofeo que quemaría en las manos a cualquier figura del toreo.
Pero si no hay respeto por el toro -y no lo hay- difícilmente puede haberlo para el torero. Por eso, Sevilla tocó ayer fondo y bajó el nivel de la exigencia hasta simas insospechadas. Qué difícil es no bajar cuando todo baja, y la fiesta, en esta Maestranza, está por los suelos. Sólo así se justifica esa oreja de verbena que recibió el torero alicantino. Ese mismo torero que desprendió seguridad y firmeza ante el rajado quinto, al que sometió y acobardó tras robarle varios derechazos hondos. Para entonces, muchos pensaban ya en la Puerta del Príncipe.
Pero ésta, por desgracia, no fue más que la anécdota triste de la tarde. La noticia, no por repetida menos preocupante, es que se confirma que estamos ante los peores ganaderos de la historia o ante el momento histórico de mayor desamparo del toro de lidia. Lo grave no es que se devolvieran dos toros; lo sangrante es que, una tarde más, todos parecían enfermos, invadidos por un mal que les impide mantenerse en pie a partir del tercer capotazo.
El Fandi sólo pudo matar un toro -su primero se murió solo- y medio se justificó con las banderillas. Talavante estuvo toda la tarde con cara de sonámbulo, y, tal como llegó, se fue.
Pero si no hay respeto por el toro -y no lo hay- difícilmente puede haberlo para el torero. Por eso, Sevilla tocó ayer fondo y bajó el nivel de la exigencia hasta simas insospechadas. Qué difícil es no bajar cuando todo baja, y la fiesta, en esta Maestranza, está por los suelos. Sólo así se justifica esa oreja de verbena que recibió el torero alicantino. Ese mismo torero que desprendió seguridad y firmeza ante el rajado quinto, al que sometió y acobardó tras robarle varios derechazos hondos. Para entonces, muchos pensaban ya en la Puerta del Príncipe.
Pero ésta, por desgracia, no fue más que la anécdota triste de la tarde. La noticia, no por repetida menos preocupante, es que se confirma que estamos ante los peores ganaderos de la historia o ante el momento histórico de mayor desamparo del toro de lidia. Lo grave no es que se devolvieran dos toros; lo sangrante es que, una tarde más, todos parecían enfermos, invadidos por un mal que les impide mantenerse en pie a partir del tercer capotazo.
El Fandi sólo pudo matar un toro -su primero se murió solo- y medio se justificó con las banderillas. Talavante estuvo toda la tarde con cara de sonámbulo, y, tal como llegó, se fue.
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