Reproducimos la crónica que D. Antonio Lorca publica en El País, sobre la corrida de novillos de ayer lunes 11 de mayo, dentro de las de la Feria de Sevilla o Madrid.
LA CRÓNICA
""Grave cogida de Gimeno Mora"
Gimeno Mora, experimentado subalterno, cogió las banderillas, cruzó el diámetro de la plaza y llamó la atención de Bombero, de 519 kilos, que se había refugiado en la otra punta como manso que era. El novillo lo esperó, lo midió con estudiada estrategia y, cuando avistó la carrerilla del torero, le cortó el viaje y, en cuestión de décimas de segundo, lo tenía frente a él, a su merced. En ese instante, el torero tenía la partida perdida. Bombero enganchó a Gimeno por la pechera, lo levantó en peso, lo zarandeó dramáticamente entre los pitones como si fuera un muñeco; una vez el torero desplomado en la arena, el animal se enceló con él, lo volteó repetidamente hasta que la punta de un capote, que parecía que nunca iba a llegar, desvió la trayectoria del novillo, mientras el banderillero quedaba boca abajo, inerme, con el cuerpo hecho jirones.
Así lo atestigua el parte médico, que dice que sufrió una herida en el muslo izquierdo con dos trayectorias, descendente una, de 20 centímetros, y ascendente la otra, de 15, que produce destrozos en el músculo cuádriceps; puntazos en la región suprapúbica y cadera derecha; otro puntazo corrido en la parrilla costal derecha, fractura de la clavícula derecha, contusión en región frontal y scalp en el cuero cabelludo. El pronóstico es grave.
Afortunadamente, Gimeno Mora puede contarlo, pero la cogida fue espeluznante, y así le ha quedado el cuerpo entero: hecho un cristo.
Al margen de este episodio dramático, inherente, por otra parte, a este espectáculo protagonizado por héroes de carne y hueso, la novillada de Montealto fue interesantísima, de bonita presencia y de juego variado, presidido en todo momento por la casta en sus distintas versiones.
El novillo de la cogida, el ya conocido Bombero, de pelo jabonero sucio -algo así como el jabón Lagarto bañado en arena negra- fue un manso, bronco, reservón y distraído, al que Miguel Tendero dobló por bajo con torería, le aguantó con valor estoico sus descompuestas embestidas y se impuso por pundonor y arrojo. Aguantó el novillero parones en el mismo pecho y se dio un arrimón de alguien que quiere ser matador de toros. Al final, vencido el manso, trazó una tanda de derechazos poderosos que le hubiera valido una oreja si no mata rematadamente mal. Y a ese mismo torero le tocó el bravo de la tarde, Rencoroso de nombre, precioso de lámina, que acudió tres veces al caballo con codicia y empuje. Galopó alegre en banderillas y, cuando todo parecía que habría faena grande, el torero se quedó en el tercio para guarecerse del viento, se mostró encimista, ahogó la embestida de su oponente, y la ligazón y la torería que desplegó de forma intermitente supieron a muy poco. Volvió a matar mal, y el novillo, que murió con la boca cerrada, no tuvo el final glorioso que, sin duda, hubiera merecido en el centro del anillo.
Pero también hubo un novillo noble, dulce como el almíbar, que fue el primero, bonito, también de hechuras, que salió con furia juvenil de chiqueros hasta que, al tercer capotazo de José Manuel Mas, humilló y clavó los pitones en la arena y dio una vuelta de campana con tanta violencia que todavía le deben estar doliendo los huesos a más de uno. Naturalmente, el animal ya no fue el mismo. Se le quedó la mirada perdida y cara de anciano, lo que no evitó que llegara a la muleta con suavidad e infinita bondad. El novillero acertó a embeberlo en unos derechazos en los que bajó la mano y ligó con suficiencia, pero se empeñó en tandas cortas que deslucieron toda su labor. Acertó, después, con dos naturales espléndidos, arrastrando la muleta, pero, al final, todo quedó en una corta, muy corta alegría. Surgieron pronto la destemplanza, los pases enganchados y el aburrimiento del noble novillo. Arreciaba el viento cuando Mas tomó la muleta en el cuarto de la tarde, un novillo soso, al que nunca alcanzó a dominar, en parte por el fenómeno atmosférico y, en gran parte, por su falta de motivación, de experiencia, tal vez, o sus dudas.
Tuvo menos suerte Javier Cortés, porque el tercero de la tarde, que quedó crudo en los caballos, impuso su ley en el tercio de banderillas (imponer su ley significa que hubo ajetreo de capotes y toreros corriendo sin ton ni son), y llegó a la muleta con una embestida muy descompuesta. A pesar de ello, no parecía asustado Cortés, y le plantó cara con gallardía, corrió bien la mano en algunos momentos y llegó a trazar una muy meritoria tanda de derechazos ligados y hondos. El animal estaba loco por llevárselo a lo lomos, pero el chaval se libró de la voltereta con valentía y picardía. Nada pudo hacer ante el sexto, al que banderilleó de forma excelente Julio Campano. Se hundió en el tercio final y no tuvo un pase.
Conclusión: no hace falta el toro grande, ande o no ande. Lo importante es lo que el animal lleve en las entrañas. Y los novillos de ayer llevaban casta, de la buena y de la mala, como debe ser. Aunque con lo segundo no esté de acuerdo el torero Gimeno Mora, al que se le desea una pronta recuperación. CRÓNICA:
Gimeno Mora, experimentado subalterno, cogió las banderillas, cruzó el diámetro de la plaza y llamó la atención de Bombero, de 519 kilos, que se había refugiado en la otra punta como manso que era. El novillo lo esperó, lo midió con estudiada estrategia y, cuando avistó la carrerilla del torero, le cortó el viaje y, en cuestión de décimas de segundo, lo tenía frente a él, a su merced. En ese instante, el torero tenía la partida perdida. Bombero enganchó a Gimeno por la pechera, lo levantó en peso, lo zarandeó dramáticamente entre los pitones como si fuera un muñeco; una vez el torero desplomado en la arena, el animal se enceló con él, lo volteó repetidamente hasta que la punta de un capote, que parecía que nunca iba a llegar, desvió la trayectoria del novillo, mientras el banderillero quedaba boca abajo, inerme, con el cuerpo hecho jirones.
Así lo atestigua el parte médico, que dice que sufrió una herida en el muslo izquierdo con dos trayectorias, descendente una, de 20 centímetros, y ascendente la otra, de 15, que produce destrozos en el músculo cuádriceps; puntazos en la región suprapúbica y cadera derecha; otro puntazo corrido en la parrilla costal derecha, fractura de la clavícula derecha, contusión en región frontal y scalp en el cuero cabelludo. El pronóstico es grave.
Afortunadamente, Gimeno Mora puede contarlo, pero la cogida fue espeluznante, y así le ha quedado el cuerpo entero: hecho un cristo.
Al margen de este episodio dramático, inherente, por otra parte, a este espectáculo protagonizado por héroes de carne y hueso, la novillada de Montealto fue interesantísima, de bonita presencia y de juego variado, presidido en todo momento por la casta en sus distintas versiones.
El novillo de la cogida, el ya conocido Bombero, de pelo jabonero sucio -algo así como el jabón Lagarto bañado en arena negra- fue un manso, bronco, reservón y distraído, al que Miguel Tendero dobló por bajo con torería, le aguantó con valor estoico sus descompuestas embestidas y se impuso por pundonor y arrojo. Aguantó el novillero parones en el mismo pecho y se dio un arrimón de alguien que quiere ser matador de toros. Al final, vencido el manso, trazó una tanda de derechazos poderosos que le hubiera valido una oreja si no mata rematadamente mal. Y a ese mismo torero le tocó el bravo de la tarde, Rencoroso de nombre, precioso de lámina, que acudió tres veces al caballo con codicia y empuje. Galopó alegre en banderillas y, cuando todo parecía que habría faena grande, el torero se quedó en el tercio para guarecerse del viento, se mostró encimista, ahogó la embestida de su oponente, y la ligazón y la torería que desplegó de forma intermitente supieron a muy poco. Volvió a matar mal, y el novillo, que murió con la boca cerrada, no tuvo el final glorioso que, sin duda, hubiera merecido en el centro del anillo.
Pero también hubo un novillo noble, dulce como el almíbar, que fue el primero, bonito, también de hechuras, que salió con furia juvenil de chiqueros hasta que, al tercer capotazo de José Manuel Mas, humilló y clavó los pitones en la arena y dio una vuelta de campana con tanta violencia que todavía le deben estar doliendo los huesos a más de uno. Naturalmente, el animal ya no fue el mismo. Se le quedó la mirada perdida y cara de anciano, lo que no evitó que llegara a la muleta con suavidad e infinita bondad. El novillero acertó a embeberlo en unos derechazos en los que bajó la mano y ligó con suficiencia, pero se empeñó en tandas cortas que deslucieron toda su labor. Acertó, después, con dos naturales espléndidos, arrastrando la muleta, pero, al final, todo quedó en una corta, muy corta alegría. Surgieron pronto la destemplanza, los pases enganchados y el aburrimiento del noble novillo. Arreciaba el viento cuando Mas tomó la muleta en el cuarto de la tarde, un novillo soso, al que nunca alcanzó a dominar, en parte por el fenómeno atmosférico y, en gran parte, por su falta de motivación, de experiencia, tal vez, o sus dudas.
Tuvo menos suerte Javier Cortés, porque el tercero de la tarde, que quedó crudo en los caballos, impuso su ley en el tercio de banderillas (imponer su ley significa que hubo ajetreo de capotes y toreros corriendo sin ton ni son), y llegó a la muleta con una embestida muy descompuesta. A pesar de ello, no parecía asustado Cortés, y le plantó cara con gallardía, corrió bien la mano en algunos momentos y llegó a trazar una muy meritoria tanda de derechazos ligados y hondos. El animal estaba loco por llevárselo a lo lomos, pero el chaval se libró de la voltereta con valentía y picardía. Nada pudo hacer ante el sexto, al que banderilleó de forma excelente Julio Campano. Se hundió en el tercio final y no tuvo un pase.
Conclusión: no hace falta el toro grande, ande o no ande. Lo importante es lo que el animal lleve en las entrañas. Y los novillos de ayer llevaban casta, de la buena y de la mala, como debe ser. Aunque con lo segundo no esté de acuerdo el torero Gimeno Mora, al que se le desea una pronta recuperación. CRÓNICA:
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