miércoles, 21 de octubre de 2009

Grandezas, miserias y retos


Los estamentos taurinos viven una realidad virtual: del cielo nos caen los clavos y no se dan por enterados

Paco March 21/10/2009
En la primitiva Iberia campaba por sus frondas el Bous Taurus hasta que el hombre quiso acercarse, entrar en él, en lo que fue el origen de un combate a lo que llamamos lidia, evolucionada al concepto actual de fiesta.

De aquellos juegos se pasó a las justas en que la nobleza a caballo hacía alardes de valor frente al toro, auxiliada por la plebe, que intervenía en quites hasta que se subvirtieron los términos y fue el pueblo el que tomó el ruedo. El hombre frente al toro sin más defensa que un trapo rojo, génesis de la tauromaquia normatizada por Cúchares, Pepe-Hillo y Pedro Romero. Es lo que llamamos TOREO, sustentado sobre un conjunto de reglas que dan sentido, a partir de lo que el animal propone, a una liturgia sacrificial en la que las diferentes suertes se van sucediendo a la par que el animal manifiesta su poder y bravura, que el ganadero deberá calibrar y los públicos ponderar. La lidia, los diferentes tercios de que se compone, el de varas, el de banderillas y el final de muerte, no es más que la plasmación del rito.

Nada en una corrida de toros es porque sí o no debería serlo. Desde los lances de capote en el recibo; la suerte de varas, concebida para que el picador ahorme la fiereza del toro y enseñe su bravura; las banderillas o avivadores , en que el animal vuelve a sentirse dueño de la situación, viniéndose de lejos hacia el hombre al descubierto armado de arpones de vivos colores, hasta el tercio final, la faena de muleta, que acabará con su muerte ( salvo indulto). Secuencias armoniosas , bellas o trágicas, siempre efímeras.

Historia y teoría. Y una pregunta: ¿tiene cabida todo ello en la sociedad actual?. Y, si es así ¿desde que parámetros encarar el futuro?. Los estamentos taurinos viven una realidad virtual, una peligrosa inopia. Del cielo nos caen los clavos y no se dan por enterados. Desde la organización del espectáculo a su adocenado desarrollo, sometido al criterio venal y aleatorio de una autoridad contaminadora de reglamentarismo, nada ayuda a soslayar la pátina arcaizante que lo envuelve. Los nuevos tiempos exigen de la tauromaquia una adecuación, cuidadosa, estudiada y paulatina, desde la imaginación y sin perder un ápice de la esencia que le da sentido. Cuando hace unos años, el dramaturgo, ex banderillero y genial Salvador Távora propuso lo que él llamó "Corrida Moderna", que no era más que una paradójica vuelta a los orígenes, una corrida alternativa, en la que lo colectivo primaba sobre lo individual, todos miraron hacia otro lado y nadie quiso recoger el guante. La liturgia taurómaca es sagrada mas no debería ser paralizante.

Y en esas estamos. Se cría un toro (salvo excepciones que son ejemplo de casta, nobleza y bravura) casi uniforme y apto para faenas largas y monocordes. Los empresarios montan carteles y organizan ferias como quien cambia cromos y los toreros, admirables seres que se visten de estrafalaria manera para encarar la muerte a la vez que son capaces de crear arte –sólo en ocasiones, de ahí su grandeza– bastante tienen con tragar miedos y poner las femorales.

Y cuando alguno de ellos desafía al sistema, este y sus corifeos, emboscados en tribunas periodísticas y micrófonos de la madrugada, le pasan factura. En diferentes formas, ha sucedido siempre, los ejemplos más recientes con Joselito y Esplá defendiendo los derechos de imagen y, ahora, con José Tomás.

El reto merece la pena afrontarlo con grandeza de miras e imaginación. Mientras el tiempo apremia, todo sigue mezquina y torpemente anquilosado, sin coger al toro por los cuernos. Les falta valor.

Fuente: La Vanguardia.

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