jueves, 30 de abril de 2009

"Una lágrima por la Maestranza"


D. Antonio Lorca dió una lección de cronista al hacer la de la corrida de toros en la que Morante, según Molés y otros, estuvo ¡cumbre!. Particularmente nunca he creido en los toroeros que se envalentonan ante cabras y demás, la prueba: ante los victorinos ¿qué hizo Morante? nada, nada en absoluto, porque este torero es para toritos de cartón piedra o mansos mansísimos que no molesten nada de nada. Lean ustedes la crónica que para El País hizo D. Antonio Lorca:

"Una lágrima por la Maestranza"

Permitan que una lágrima simbólica se deslice hoy por esta página como expresión lastimosa de un dolor profundo ante la enfermedad irreversible que padece la otrora grande plaza de la Real Maestranza de Sevilla. La que fuera madre y maestra de la tauromaquia es hoy la imagen de la tristeza y de la decadencia de la fiesta de toros. Qué pena más grande...
Hace tiempo que la abandonaron los aficionados, aquellos que a lo largo de muchos años le dieron lustre y esplendor a su mágica historia. Y cada temporada la ocupa gente diversa, un público triunfalista y frívolo, turistas y espectadores de ocasión que confunden el toreo con un ballet cursi ante un animalucho enfermizo. Un público sin conocimiento, veleidoso y caprichoso, impropio de la categoría que siempre ostentó este templo. Así, imperan el conformismo y la desidia, síntomas de una muerte anunciada. Los taurinos hacen lo que quieren porque el público no hace lo que debe. Y con su inhibición permite la estafa y la manipulación. Porque esta fiesta sin un mínimo de exigencia no tiene sentido.
Quizá por ello, el toreo auténtico está moribundo. Ya no hay toros, sino borreguitos, gatitos, ratitas y cerdos con andares cansinos. No hay toreros, sino señoritos que le han cogido el aire a estos clientes de aluvión. No hay empresas que velen por la calidad de su producto, satisfechas con el beneficio rápido. Ni hay autoridad que vele por la pureza de la fiesta, a la que soporta con estoicismo y acomplejada vergüenza.
La corrida de ayer fue la expresión de que ha muerto la grandeza de la plaza sevillana. Se ha perdido la sapiencia y se ha impuesto la frivolidad. Se ha perdido la majestad y manda la ordinariez.
Porque una ordinariez fue la corrida de Juan Pedro Domecq, inválida, descastada, tullida, amuermada... ¿Volvería otra vez este ganadero a Sevilla si hubiera una afición sabia? ¿Volvería una figura consagrada como Enrique Ponce con estos gatos que desmerecen su carrera? ¿Dónde está la dignidad de una figura del toreo?
Qué sonrojo comprobar cómo aplaudían los trapazos de Ponce a su noqueado primero. ¿Qué aplaudían? Loca parecía haberse vuelto la plaza con una faenita irregular de un voluntarioso Morante que había toreado bien a la verónica a un torete de carril. Y Nazaré nada pudo hacer ante un lote infumable.
Lo más grave, quizá, es que la gente salió contenta. A fin de cuentas, estamos en feria. Pero la Maestranza quedó sumida en una profunda tristeza. ¿Alguien tiene un pañuelo, por favor?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una lagrima por la croniquita menos que regular! Viva la pasion en la Fiesta! Viva Morante!