domingo, 12 de abril de 2009

Curro Romero: 50 años en un «visto y no visto»


Álvaro R. del Moral
El ‘faraón de Camas’ ha celebrado este año las bodas de oro de su alternativa. Ya dejó los ruedos, pero no para de recibir homenajes.–
50 años de alternativa es una cifra para ponerse a pensar...–Ha sido una trayectoria larga pero al mismo tiempo muy corta. Parece que ayer mismo toreé en la placita de La Pañoleta mi primer becerro. Ha sido un visto y no visto y aunque ésta es una profesión durilla a mí se me ha hecho muy corto
.–De alguna manera, haber estado tanto tiempo en activo es un elixir de juventud.–Claro, de ahí depende todo, que yo haya estado tanto tiempo. Lo más bonito que se puede vivir en una profesión
y en el toreo más, porque te juegas un porrazo muy fuerte e incluso la misma vida– es mantener la ilusión hasta el final. Ésa es la única manera de seguir adelante. En los últimos años cuando embestía un toro a mi gusto o metía la cara me dejaba llevar de mis sentimientos, me abandonaba y luego pensaba que cualquier día podía tener un disgusto porque las facultades a esa edad no son las mismas. Eso es producto de sentir y de mantener esa ilusión, de tener afición porque te gusta lo que haces.
A lo largo de su trayectoria ha viajado por épocas muy distintas del toreo.–Yo empecé a torear con picadores en el 54 y hasta el 2000 son muchos años de profesión. Lo que nunca me ha gustado es prodigarme mucho, torear demasiadas corridas. Eso lo he llevado yo regular.
Debe cansar mucho, esos viajes… Es más bonito mantener esa ilusión que ganar más dinero. Si hubiera toreado más habría ganado más. Lo que yo pretendía era satisfacerme a mí mismo y a la gente que me quiere y me comprende.
-Y en todos esos años pasó de alternar con toreros que habían coincidido con Manolete a hacerlo con sus nietos.–Es cierto. Haber toreado con los nietos significaba que la gente no me había olvidado, que seguía muy presente. Cuando dije que esto se había acabado pensé que me iban a olvidar un poquito, que era lo que yo quería también. Pero ha sido imposible.
–¿Cambió mucho su forma de torear al cabo de los años? El toro cambió mucho desde los 50.–La edad te da experiencia pero también te da menos fuerzas. Cuando yo era joven quería torear despacio y lo conseguía. Con los años lo conseguí aun más. Quizá es que el cuerpo está más relajado, no tienes tanta fuerza. El toro ha cambiado mucho. No sé si será falta de casta, volumen, hechuras… seguramente será un poco de todo. Se han hecho muchas ganaderías con productos de desecho y todo eso se va acumulando hasta dar como resultado que el toro ande menos. Posiblemente, antes, el torero tenía más probabilidades de triunfar porque el toro tenía más movilidad, también más peligro al repetir más, pero ésa es la única manera de ligar una faena y que tenga emoción. El toro parado a mí me aburre, porque el toreo necesita de la ligazón, de distancias, que el toro se te venga… y no de zapatillazos. Los toreros de hoy tienen mucho mérito al sacarle pases a esos toros.
Curro Romero se asoma al escalafón de matadores al comienzo de la década prodigiosa. ¿Los 60 fueron sus mejores años?–Yo siempre he sido un torero muy irregular por mi forma de concebir y sentir el toreo. En los toros que yo no veía posibilidades tiraba por la calle de en medio. Mis triunfos no han sido muy seguidos pero si me encontraba con un toro que me gustaba y me obedecía sí dejaba recuerdo. En aquellos años la baraja de toreros era impresionante: desde Ordóñez, Luis Miguel, Ostos, Diego Puerta, Aparicio, Litri… después de la época de Belmonte, Chicuelo o Curro Puya es la más completa. Yo llegué a torear hasta con Pepe Luis Vázquez y me mantuve a pesar de mis irregularidades.
Con los años 70, el toro gana un año y comienza una época más difícil en su trayectoria.–Puede ser, te acostumbras a un tipo de toro. Esa etapa fue más incierta para mí. Se sufre cuando las cosas no salen a tu manera. Saber esperar es importante y el público y los aficionados ha sabido esperarme. Ése ha sido uno de los tesoros más importantes que he tenido en mi vida: que me esperen, que sepan comprenderme, que mantengan la ilusión. Aunque no me desesperaba, sufría por dentro. Sabía que me iban a contratar menos pero no me preocupaba. Lo que quería es seguir en esto sin traicionarme a mí mismo.
–En todas las épocas, en las mejores y peores, Curro siempre ha contado con buenos partidarios.–Es algo que siempre me ha dado muchas alegrías. Esos partidarios, sobre todo mis paisanos, mi peña, la gente de Sevilla, se ha peleado por mí. Cuando las cosas me han ido bien yo le he dado esa alegría a ellos. Es como el Betis y el Sevilla. Cuando vienen las cosas malas los béticos nos quedamos muy calladitos...
–A finales de los 80, sobre todo en los años 90, llega la explosión. Su figura trasciende de lo estrictamente taurino y se convierte en un personaje social.–El hombre es él y sus circunstancias y yo no he podido renunciar. He estado en todos los sitios que he podido porque tampoco se puede ser tan solitario ni vivir tanto tiempo solo. Me gustaba mucho la soledad, pero hay que adaptarse a las circunstancias. Siempre he llevado a gala la preservación de mi intimidad. Durante muchos años viví en una montaña en Marbella en la que no había nadie.
–¿Echa de menos aquella vida?–En parte sí. Soy de poquita gente y en los sitios en los que hay mucha gente no estoy a gusto. En Marbella están acostumbrados a ver gente conocida y pasaba desapercibido, a mi aire.
–Con los años 90 también llega el renacimiento del currismo. Vuelven las grandes faenas. –Pienso que la suerte existe aunque también hay que ayudarla. Si toreo una corrida en la que embisten dos o tres toros, que uno te toque a ti… creo que ahí va todo. Siempre he estado observando al toro para cuando veía que metía la cara echarme encima rápidamente para hacerle las cosas como las sentía. Son rachas que se cogen de mala y buena suerte y la suerte hay que aprovecharla, claro.
–En el 99 llega la última gran faena de Sevilla a aquel juampedro al que cortó las dos orejas.–Sí esa fue una de los toros con los que estuve más a gusto aquel año, pero también me acuerdo de un toro de Fuente Ymbro en Badajoz, un toro muy serio, muy interesante, con el que pude estar a mi forma. Ese año también rodaron las cosas en la Feria de Jerez.
-Y repasando su trayectoria en la plaza de Sevilla, ¿qué faenas le vienen a la cabeza?–Recuerdo una corrida en los años 60 de Cubero a la que Antonio Díaz Cañabate tituló: Volvemos a la normalidad; un toro de Manolo Camacho, creo que en el 67 o el 68, al que pinché cuatro o cinco veces y me dieron una oreja.
–Los madrileños siempre dicen que si en Sevilla tiene cinco Puertas del Príncipe, en Las Ventas tiene siete puertas grandes. Mantuvo una relación apasionada con esa plaza.–Esas dos plazas son las que te encumbran, las que te ponen en órbita y te permiten andar hacia delante. Lo bueno de un torero es que no pase desapercibido. O todo o nada. La indiferencia no me sirve. Yo no es que lo hiciera queriendo aunque si tiraba por la calle de en medio lo hacía con carácter y personalidad porque veía que no podía andar alrededor del toro haciendo como el que hace, dándome coba a mí mismo o haciendo unos esfuerzos contrarios a mi manera de concebir el toreo. La verdad es que les he irritado mucho pero peor habría sido aburrirlos.
Pero luego llegaban toros como el de Moura y se volvía la tortilla.–Ésa es la suerte y la grandeza del toreo. Qué espectáculo éste que de un toro a otro te están matando y en el otro pasas a la gloria...
Puede leer la entrevista completa en la edición impresa de El Correo de Andalucía.

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