jueves, 30 de abril de 2009

CRÓNICA EL BODRIO DE CORRIDA DE AYER, MIÉRCOLES 29 DE ABRIL, EN LA MAESTRANZA


Reproducimos la crónica que D, Antonio Lorca realiza para El País, en relación con la corrida de toros celebrada ayer, miércoles 29 de abril, en La Maestranza de Sevilla. Un bodrio insufrible de tres horas en lo que lo más destacado fue el irreprimible grito de un aficionado diciendo: ¡¡¡QUE EMOCIÓN!!! ante semejante asquerosidad de tarde. Sevilla es ya por méritos propios una plaza de pueblo. Enhorabuena a la empresa Pagés por tan gran e inestimable logro.

LA CRÓNICA DE D. ANTONIO LORCA:

"Heroico Luque"

El joven Daniel Luque no salvó la corrida, pero sí a sí mismo con una demostración de valor estoico, con unos meritísimos deseos de triunfo, convencido de que ese último toro debía ser el aldabonazo para una temporada que pretende que sea la de su consagración como serio aspirante a figura de toreo. El toro no valía nada, como todos los anteriores, pero el torero estuvo valentísimo, lo asustó con auténtica gallardía, se lo pasó muy cerca de los muslos y lo convenció de que el manso absoluto era el suyo. No hubo buen toreo -sólo unos capotazos suaves por delantales-, porque el soso animal no lo permitió, pero sí la emoción de un torero heroico que se juega la vida de verdad cuando la ocasión la merece. Y ayer, para Daniel Luque, la merecía con creces. Muy quieto ante los pitones, asentadas las zapatillas, se dejó rozar la taleguilla y despertó y emocionó a la plaza, que lo aclamó como un héroe juvenil.

Por lo demás, la corrida fue una larguísima e insufrible pasarela de mansos e inválidos, pero a tenor de las sonrisas que con frecuencia afloraron en los festivaleros tendidos, el festejo fue muy divertido. Vean, si no: el primer toro salió del caballo, clavó los pitones en el albero, dio una vuelta de campana completa y quedó patas arriba, inmóvil, entre el jolgorio general. Hasta allá tuvo que llegar un subalterno para torcerle el rabo y que el animal recupera su normal apostura. Instantes después se escondió en las tablas y se negó a salir de su escondite.

El segundo, de la misma guisa, vio al picador, lo regateó con habilidad y puso pies en polvorosa hacia la otra punta de la plaza mientras el público se lo pasaba en grande. Había transcurrido ya una corrida de siesta. El torero lo muleteó con riesgo, y la banda de música, creyendo que era una gran faena, atacó el pasodoble.

El tercero no quería salir al ruedo; se asomó con mirada furtiva, y cuando vio a tanta gente pendiente de él se dio la vuelta muerto de vergüenza. ¡Bravura se llama eso! Volvió a intentarlo, pero el torilero fue esta vez más rápido y el valiente quedó solo ante el peligro. Tiritando estaba el pobrecito mío. El toro, se entiende... y no el torilero.

Quedaban tres toros y el reloj marcaba ya dos horas de festejo. El cuarto hizo un feo a sus hermanos y saltó al albero como una exhalación, lo que produjo la natural sorpresa. Pero enseguida se paró. Toda su energía la había consumido en el sprint primero. También fue devuelto el quinto, que sólo parecía un toro por el color negro. Y salió otro manso y deslucido al que el torero aguantó gañafones de miedo, mientras el público le pedía que acabara cuanto antes para evitar que un percance oscureciera la divertida jornada.

¿Mereció la pena esperar? Para Luque, sin duda. Castella y El Cid, pagaron cara su osadía de preferir estas cómodas e insufribles ganaderías. Allá ellos...

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