La corrida de ayer, sábado 25 de abril, celebrada en Sevilla tiene varios aspectos a destacar y por ello hemos entresacado lo más interesante de las varias crónicas que se han publicado sobre la misma en los distintos medios, es posible que de esa forma tengan ustedes la posibilidad de hacerse una composición de lugar de lo sucedido ayer en La Maestranza.
D. Antonio Lorca para El País inicia su crónica dando esta acertadísima opinión:
Pero antes de entrar en faena, es precisa una aclaración: la corrida más interesante de la feria hasta la fecha estuvo presidida por el toro moderno. A saber: de presencia escasa, de penosa flojedad, falta de fiereza y, en algunos casos, docilidad perruna; una corrida noble, con abundante sosería y corto aguante. La corrida moderna en todo su apogeo, adornada, además, con pitones escobillados (escandalosos los del quinto que fue devuelto), que es sospecha manifiesta de manipulación fraudulenta. Toro moderno y toreros modernísimos, como los casos de Talavante, hundido ante el deslucido sexto cuando tenía entreabierta la Puerta del Príncipe, y El Cid, torpe e inseguro ante el soso segundo, e ingenuo ante el noble quinto. Decididamente, las figuras tienen una preocupante incapacidad para sobreponerse a las dificultades.
D. Juan Posada escribe sobre la actuación de El Cid lo siguiente en las páginas de La Razón:
El Cid no acabó de entenderse con el segundo, que respondía bien cuando se le encelaba en el engaño. El sevillano nunca se lo presentó ante los morros ni se cruzó, única manera de lidiar a esta clase de animal. Por esa causa, sufrió más de un achuchón por el pitón izquierdo. Tampoco se acopló a su velocidad, brusca.
Con el buen sobrero no llegó a acoplarse a sus buenas condiciones. Lo mejor, el inicio con la derecha, desde largo. Muy en línea y sin atacar de verdad, se limitó a dar muchos muletazos sin la profundidad y arte que las cualidades del toro requerían. No se sintió a gusto en ningún momento.
Con el buen sobrero no llegó a acoplarse a sus buenas condiciones. Lo mejor, el inicio con la derecha, desde largo. Muy en línea y sin atacar de verdad, se limitó a dar muchos muletazos sin la profundidad y arte que las cualidades del toro requerían. No se sintió a gusto en ningún momento.
Y el Sr. Zabala de la Serna describe para ABC de esta forma lo sucedido con El Juli y Talavante:
¿Quieren ustedes saber qué es una faena honda, redonda y rotunda, digna de ese doble trofeo de la Real Maestranza de Sevilla? Pasen y vean: los pases por alto de apertura clavado en el albero, y el trincherazo de ensueño, y la muleta por delante, y el gobierno de la ligazón con el de pecho, y la zurda del Rey que ha sido, Rey desde siempre, no siempre reconocido. Apabullante el sitio, el terreno pisado, explotado, encanecido de rabia, entre los pitones ya del toro abrumado, con la banda de la taleguilla deshilachándose en sus puntas, asustado ante el poder, encogido. La plaza bramaba con la autenticidad que sólo brota de la verdad. Tan encogido quedó el ventorrillo que El Juli lo pinchó precipitado, sin amarrar un triunfo seguro de Puerta del Príncipe, que sumaba también la oreja del primero, y ya eran tres. Oreja ganada a pulso, en mando de derecha entonces por abajo, tragando coladas por la izquierda, pero con una coda final al alza de apoteosis, hacia tablas, exprimidas todas las posibilidades del toro, sin respiro, una trinchera a uno del desprecio cosida, una trincherilla seguida de la firma, y el pase del desdén definitivo, o en otro orden, pero en definitiva una cadena aquilatada de adornos hasta la raya, donde fundió el espadazo de acero
Lo de Talavante entonces se veía como un garbancito al lado de Gulliver. Y eso que uno o dos naturales de seda tuvieron la semejanza con aquel inmenso de 2007 al toro «Saeta» de Torrealta, también precedido de un cambio de mano por la espalda. Varias veces fue ese el planteamiento. El toro era un tacazo de bonito y bueno, y el gentío percibió algo inexplicable porque no existía. Si a Alejandro Talavante le valen las orejas para medio salir de la ruina de la encerrona de Madrid, sea. Hundió la espada y la gente se volvió tarumba con una obra concebida entre las rayas. Cerraba la notable corrida de El Ventorrillo un sexto engatillado y estrecho de sienes, todo genio, que lo puso pies en polvorosa, sin recursos ni tapamientos. Volvió a hundir la espada con facilidad.
Lo de Talavante entonces se veía como un garbancito al lado de Gulliver. Y eso que uno o dos naturales de seda tuvieron la semejanza con aquel inmenso de 2007 al toro «Saeta» de Torrealta, también precedido de un cambio de mano por la espalda. Varias veces fue ese el planteamiento. El toro era un tacazo de bonito y bueno, y el gentío percibió algo inexplicable porque no existía. Si a Alejandro Talavante le valen las orejas para medio salir de la ruina de la encerrona de Madrid, sea. Hundió la espada y la gente se volvió tarumba con una obra concebida entre las rayas. Cerraba la notable corrida de El Ventorrillo un sexto engatillado y estrecho de sienes, todo genio, que lo puso pies en polvorosa, sin recursos ni tapamientos. Volvió a hundir la espada con facilidad.
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