LA CRÓNICA DE CARLOS CRIVELL:
Luis Bolívar ha cortado una oreja al sexto toro de Peñajara en la séptima del abono sevillano. Fracaso grande de la divisa y discreta actuación de Antonio Barrera y Juan Bautista.
Seis toros de Peñajara, desiguales de presencia, flojos, descastados y sólo el sexto se dejó torear.
Antonio Barrera (grana y oro): silencio y silencio.
Juan Bautista (tabaco oscuro y oro): silencio y silencio.
Luis Bolívar (grana y oro). silencio y una oreja.
Plaza de la Maestranza. Dos tercios de plaza.
Peñajara llegaba a Sevilla con el aval de una buena corrida el pasado año en San Isidro. Su debut en la Feria de Abril ha sido un desastre enorme. No se puede justificar una corrida por un toro, el sexto. Ahora será necesario analizar si el triunfo de Madrid fue una casualidad o lo ha sido el fracaso de Sevilla. Ese sexto toro, muy alto y con hechuras poco propicias para embestir, le puso algo de anestesia al dolor de cinco toros descastados, flojos, sosos y mansurrones.
Para que el aficionado saliera de la plaza con buen sabor de boca, fue preciso que Luis Bolívar se fajara con el de Peñajara para cuajar tandas templadas en un buen ejercicio de lógica en el sitio y en la distancia. Ahora sí; ese torero del sexto Peñajara tiene un evidente futuro y puede aspirar a suceder a su paisano Rincón. Su faena justa y medida, llena de buen sabor torero, tuvo un colofón rápido pero poco brillante con una estocada delantera, tendida y baja. Es lo de siempre. Ya ni en Sevilla se valora la colocación de la espada.
Antes de que el caleño cortara la oreja, la tarde fue insoportable. La plaza asistió a la lidia de los astados como si estuviera en un velatorio. Sólo se impacientó cuando el quinto dobló las manos y pidió su devolución, lo que no venía a cuento porque fue tan flojo como sus hermanos.
El toro que abrió plaza fue la antítesis del llamado toro sevillano, que, como las meigas gallegas, existe. Si hubiera un premio para el toro más feo de la Feria se lo llevaría ese animal corniabierto de horribles hechuras que rompió la tarde. A partir de ahí, cuando fueron apareciendo los más entipados, la frustración se apoderó del coso al comprobar tan alarmante falta de casta. Y, para colmo, y esto hay que decirlo, algunos toros se destrozaron los pitones sólo con empujar el peto.
Antonio Barrera pasó sin pena ni gloria. Puede que haya sido una de las tardes más grises del sevillano en la Maestranza. Cuando el toro no embiste no se puede brillar, pero hay que dar otra imagen de entrega, disposición y ganas de triunfo. Barrera fue la desolación en persona.
Pero tampoco el francés Juan Bautista fue la alegría de la huerta. Su corrección torera se puso siempre de manifiesto, pero es un torero moderno y sus faenas fueron un curso de pases con la derecha y algunos con la izquierda. Se ponen los toreros de hoy en día a dar pases y aburren a su cuadrilla. Bautista fue un torero aburrido.
El segundo quedó muy mermado tras una voltereta. El francés se puso a dar muletazos metiendo pico sin emoción. Con el quinto consiguió que la plaza le pitara ante su insistencia en torear sin ton ni son a otro animal con poca vida y escasa transmisión. No tuvo toros, pero fue la imagen del desánimo.
Luis Bolívar escuchó música en sus dos toros. Su toreo de capa al tercero y sus diversos quites fueron la demostración de que era el más dispuesto de la terna. La banda le recordó que su faena al tercero no tenía futuro. Su labor, comenzada con buen tono, se vino abajo cuando se echó la muleta a la izquierda.
Salió el sexto y se arregló la tarde, al menos los que gozan con las orejas ya tuvieron un argumento para poder salir satisfechos. Es bueno que Colombia, tierra de toreros, tenga un representante entre la torería andante. Bolívar está en camino de ocupar ese sitio que dejó vacante el gran César. Lo mejor de su faena fue el temple y la concepción del trasteo. En sus manos, ese sexto de Peñajara mostró nobleza con la cara alta. Así se salvó algo una tarde que fue en muchos momentos un soponcio intolerable. Ahora, una pregunta: ¿Ha hecho méritos Peñajara para volver a Sevilla? Está claro que no.
Seis toros de Peñajara, desiguales de presencia, flojos, descastados y sólo el sexto se dejó torear.
Antonio Barrera (grana y oro): silencio y silencio.
Juan Bautista (tabaco oscuro y oro): silencio y silencio.
Luis Bolívar (grana y oro). silencio y una oreja.
Plaza de la Maestranza. Dos tercios de plaza.
Peñajara llegaba a Sevilla con el aval de una buena corrida el pasado año en San Isidro. Su debut en la Feria de Abril ha sido un desastre enorme. No se puede justificar una corrida por un toro, el sexto. Ahora será necesario analizar si el triunfo de Madrid fue una casualidad o lo ha sido el fracaso de Sevilla. Ese sexto toro, muy alto y con hechuras poco propicias para embestir, le puso algo de anestesia al dolor de cinco toros descastados, flojos, sosos y mansurrones.
Para que el aficionado saliera de la plaza con buen sabor de boca, fue preciso que Luis Bolívar se fajara con el de Peñajara para cuajar tandas templadas en un buen ejercicio de lógica en el sitio y en la distancia. Ahora sí; ese torero del sexto Peñajara tiene un evidente futuro y puede aspirar a suceder a su paisano Rincón. Su faena justa y medida, llena de buen sabor torero, tuvo un colofón rápido pero poco brillante con una estocada delantera, tendida y baja. Es lo de siempre. Ya ni en Sevilla se valora la colocación de la espada.
Antes de que el caleño cortara la oreja, la tarde fue insoportable. La plaza asistió a la lidia de los astados como si estuviera en un velatorio. Sólo se impacientó cuando el quinto dobló las manos y pidió su devolución, lo que no venía a cuento porque fue tan flojo como sus hermanos.
El toro que abrió plaza fue la antítesis del llamado toro sevillano, que, como las meigas gallegas, existe. Si hubiera un premio para el toro más feo de la Feria se lo llevaría ese animal corniabierto de horribles hechuras que rompió la tarde. A partir de ahí, cuando fueron apareciendo los más entipados, la frustración se apoderó del coso al comprobar tan alarmante falta de casta. Y, para colmo, y esto hay que decirlo, algunos toros se destrozaron los pitones sólo con empujar el peto.
Antonio Barrera pasó sin pena ni gloria. Puede que haya sido una de las tardes más grises del sevillano en la Maestranza. Cuando el toro no embiste no se puede brillar, pero hay que dar otra imagen de entrega, disposición y ganas de triunfo. Barrera fue la desolación en persona.
Pero tampoco el francés Juan Bautista fue la alegría de la huerta. Su corrección torera se puso siempre de manifiesto, pero es un torero moderno y sus faenas fueron un curso de pases con la derecha y algunos con la izquierda. Se ponen los toreros de hoy en día a dar pases y aburren a su cuadrilla. Bautista fue un torero aburrido.
El segundo quedó muy mermado tras una voltereta. El francés se puso a dar muletazos metiendo pico sin emoción. Con el quinto consiguió que la plaza le pitara ante su insistencia en torear sin ton ni son a otro animal con poca vida y escasa transmisión. No tuvo toros, pero fue la imagen del desánimo.
Luis Bolívar escuchó música en sus dos toros. Su toreo de capa al tercero y sus diversos quites fueron la demostración de que era el más dispuesto de la terna. La banda le recordó que su faena al tercero no tenía futuro. Su labor, comenzada con buen tono, se vino abajo cuando se echó la muleta a la izquierda.
Salió el sexto y se arregló la tarde, al menos los que gozan con las orejas ya tuvieron un argumento para poder salir satisfechos. Es bueno que Colombia, tierra de toreros, tenga un representante entre la torería andante. Bolívar está en camino de ocupar ese sitio que dejó vacante el gran César. Lo mejor de su faena fue el temple y la concepción del trasteo. En sus manos, ese sexto de Peñajara mostró nobleza con la cara alta. Así se salvó algo una tarde que fue en muchos momentos un soponcio intolerable. Ahora, una pregunta: ¿Ha hecho méritos Peñajara para volver a Sevilla? Está claro que no.
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