Jacques Durand, crítico taurino del periódico 'Libération' de París, recopila en más de 70 artículos una personal historia del toreo con perfiles sociológicos y políticos
02.08.09 -
PABLO G. MANCHA LOGROÑO
«En cierta forma, Amor Antúnez, El Andaluz, de 52 años, ha hecho las cosas al revés. Primero murió en Valladolid en 1977 y, veintisiete años después de esa pequeña peripecia, tomó la alternativa. Era domingo 6 de junio en Mauguio y, salvo error, no se sabe de ningún matador consagrado tan tardíamente en la tauromaquia.
A finales de julio de 1977, Amor Antúnez era novillero. Durante una corrida en Valladolid, al ir a poner unas banderillas, un toro le pegó violentamente con el cuerno en la sien. Coma. ¿El agujero negro? No. El Andaluz tiene los ojos abiertos, oye todo y ve todo, pero no puede reaccionar. Ve a los cirujanos que le auscultan y después se quitan la mascarilla y salen de la enfermería. Dejan su lugar a un cura que le da la extremaunción, a él, hijo de anarquista. Después de treinta y seis horas de atontamiento recobra sus sentidos en el hospital de las monjas, donde se queda unos días. Pero no tiene nada con qué pagar. Entonces, ayudado por su apoderado, Pepe Calabuig, pequeño horticultor en Arles y gran liante taurino, salta por la ventana y se va a la francesa. Va al sanatorio de toreros de Madrid donde se cruza con Nimeño II, que se repone de una cornada. Después de ocho exámenes y de radiografías, el cirujano Máximo de la Torre le confiesa que habría tenido que morir».
Así comienza el artículo de Jacques Durand titulado 'La alternativa de un anarquista resucitado', uno de los deliciosos relatos que acaba de publicar el crítico taurino del periódico francés Libération bajo el título de 'Crónicas Taurinas', merced a una iniciativa de la editorial barcelonesa Edicions Bellaterra, que se ha lanzado al ruedo editorial taurino con otras dos obras de autores franceses no menos interesantes: 'Filosofía de las corridas de toros', de Francis Wolff, y 'El discurso de la corrida', de Françoise Zumbiehl.
Uno de los relatos más emocionantes del libro es el que dedica a Cristian Montcouquiol, Nimeño II, aquel torero francés que decidió suicidarse tras una cogida que le afectó la médula y que lo dejó incapaz para seguir de luces: «Mi vida no tiene sentido sin torear y prefiero terminar así», le escribió al juez antes de colgarse organizándolo con precisión mimética. Cuenta Durand que en abril de 1977, todavía novillero, Montcouquiol había triunfado en Sevilla y que el mismísimo Antonio Ordóñez, asombrado, había flameado su pañuelo para solicitar la oreja. 'Diario 16' tituló su crónica tras un triunfo en Madrid 'Los toros hablan francés', y sí «Nimeño II estaba camino de ser un gran torero», admite el autor, «pero le pasaba como al pescador marsellés que cuentan que en una cala se cruzó con un calamar tan grande como un autobús, pero del que sólo vio un trocito».
En el libro hay historias tan alucinantes como las del Niño de la Palma y la herencia que no pudo lograr de Joselito; un repaso por los toros en Cataluña, las peripecias vitales de Joaquín Rodríguez Cagancho, que en caló significa pájaro, y existen varios relatos dedicados al mundo político y la tauromaquia y la influencia del exilio español en el sur de Francia en la expansión de las corridas.
PABLO G. MANCHA LOGROÑO
«En cierta forma, Amor Antúnez, El Andaluz, de 52 años, ha hecho las cosas al revés. Primero murió en Valladolid en 1977 y, veintisiete años después de esa pequeña peripecia, tomó la alternativa. Era domingo 6 de junio en Mauguio y, salvo error, no se sabe de ningún matador consagrado tan tardíamente en la tauromaquia.
A finales de julio de 1977, Amor Antúnez era novillero. Durante una corrida en Valladolid, al ir a poner unas banderillas, un toro le pegó violentamente con el cuerno en la sien. Coma. ¿El agujero negro? No. El Andaluz tiene los ojos abiertos, oye todo y ve todo, pero no puede reaccionar. Ve a los cirujanos que le auscultan y después se quitan la mascarilla y salen de la enfermería. Dejan su lugar a un cura que le da la extremaunción, a él, hijo de anarquista. Después de treinta y seis horas de atontamiento recobra sus sentidos en el hospital de las monjas, donde se queda unos días. Pero no tiene nada con qué pagar. Entonces, ayudado por su apoderado, Pepe Calabuig, pequeño horticultor en Arles y gran liante taurino, salta por la ventana y se va a la francesa. Va al sanatorio de toreros de Madrid donde se cruza con Nimeño II, que se repone de una cornada. Después de ocho exámenes y de radiografías, el cirujano Máximo de la Torre le confiesa que habría tenido que morir».
Así comienza el artículo de Jacques Durand titulado 'La alternativa de un anarquista resucitado', uno de los deliciosos relatos que acaba de publicar el crítico taurino del periódico francés Libération bajo el título de 'Crónicas Taurinas', merced a una iniciativa de la editorial barcelonesa Edicions Bellaterra, que se ha lanzado al ruedo editorial taurino con otras dos obras de autores franceses no menos interesantes: 'Filosofía de las corridas de toros', de Francis Wolff, y 'El discurso de la corrida', de Françoise Zumbiehl.
Uno de los relatos más emocionantes del libro es el que dedica a Cristian Montcouquiol, Nimeño II, aquel torero francés que decidió suicidarse tras una cogida que le afectó la médula y que lo dejó incapaz para seguir de luces: «Mi vida no tiene sentido sin torear y prefiero terminar así», le escribió al juez antes de colgarse organizándolo con precisión mimética. Cuenta Durand que en abril de 1977, todavía novillero, Montcouquiol había triunfado en Sevilla y que el mismísimo Antonio Ordóñez, asombrado, había flameado su pañuelo para solicitar la oreja. 'Diario 16' tituló su crónica tras un triunfo en Madrid 'Los toros hablan francés', y sí «Nimeño II estaba camino de ser un gran torero», admite el autor, «pero le pasaba como al pescador marsellés que cuentan que en una cala se cruzó con un calamar tan grande como un autobús, pero del que sólo vio un trocito».
En el libro hay historias tan alucinantes como las del Niño de la Palma y la herencia que no pudo lograr de Joselito; un repaso por los toros en Cataluña, las peripecias vitales de Joaquín Rodríguez Cagancho, que en caló significa pájaro, y existen varios relatos dedicados al mundo político y la tauromaquia y la influencia del exilio español en el sur de Francia en la expansión de las corridas.
Fuente:larioja.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario