José Tomás, durante su faena ayer en la Feria de Málaga.
JULIÁN ROJAS - 21/08/2009
JULIÁN ROJAS - 21/08/2009
Toros de El Pilar, correctos de presentación, mansos, descastados, complicados. Noble el lidiado en quinto lugar.
Manolo Sánchez: pinchazo, estocada -aviso- (ovación); seis pinchazos y bajonazo -aviso- (ovación que recoge la cuadrilla de Bolívar); estocada tendida y trasera -aviso- y un descabello (oreja)
José Tomás: pinchazo, estocada tendida y baja -aviso- (oreja); estocada (dos orejas); dos pinchazos y estocada (ovación).
Luis Bolívar: cogido durante la faena de muleta del tercer toro.
Plaza de la Malagueta. Sexta corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".
Manolo Sánchez: pinchazo, estocada -aviso- (ovación); seis pinchazos y bajonazo -aviso- (ovación que recoge la cuadrilla de Bolívar); estocada tendida y trasera -aviso- y un descabello (oreja)
José Tomás: pinchazo, estocada tendida y baja -aviso- (oreja); estocada (dos orejas); dos pinchazos y estocada (ovación).
Luis Bolívar: cogido durante la faena de muleta del tercer toro.
Plaza de la Malagueta. Sexta corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".
Reproducimos la crónica de D. Antonio Lorca para El País, sobre la corrida de ayer, jueves 20 de agosto, de la Feria de Málaga.
Sangre, grandeza, torería
La tarde fue una agitada tormenta de sensaciones. Que nadie se mueva, atención preferente al ruedo, conmoción, arrebato, entusiasmo, admiración y dolor. Sangre, grandeza y torería en una corrida para el recuerdo, para la emoción contenida, en la que la tauromaquia volvió a alcanzar el esplendor que la ha hecho grandiosa a través de la historia.
La sangre la derramaron Luis Bolívar y su subalterno Gustavo García, a quienes el tercer toro, un auténtico marrajo por el pitón izquierdo, los corneó con saña. Al maestro lo volteó de manera espeluznante cuando tomó la muleta con la zurda después de una extraordinaria labor de derechazos largos y sentidos; consideró Bolívar que debía probar por la izquierda a sabiendas del inminente peligro y le faltó la picardía para evitar la cogida que se masticaba en los tendidos. Allá que se lo llevaron a la enfermería con la pierna derecha ensangrentada por dos cornadas de 20 y 30 centímetros de pronóstico grave. Al subalterno le infirió una cornada seca en el escroto en un regate malévolo, de pronóstico menos grave.
La grandeza, elevada a las más altas cumbres, correspondió a José Tomás. En tiempos de la mediocridad reinante es una verdadera delicia admirar a un torero auténtico, heroico, artista de pies a cabeza, con una inteligencia deslumbrante, con una técnica abrumadora, con un sentido fuera de lo común del riesgo, de la quietud, del señorío y del empaque. Porque José Tomás, ayer, en Málaga, fue un torero enciclopédico en tarde pletórica, dominador y seguro en todo momento; hondo y puro siempre; con capote y muleta. Porque, quizá, lo más grande, ayer, fue su magisterio, la seguridad, el amor propio; la viva imagen de un maestro macerado por el tiempo, que hizo de su toreo un monumento, y grandeza misma de su forma de andar en la cara del toro, de las pausas y los desplantes. Mató tres toros por la cogida de Bolívar y fueron tres grandes lecciones de entrega, dominio, profundidad y hondura.
El toreo a la verónica con el que recibió a los dos primeros fue un compendio de gracia, temple y emotividad. ¡Qué forma de mover los brazos y la cintura para embeber a los toros en una sinfonía inacabada...! Y las faenas de muleta, dos clases magistrales distintas, pero majestuosas y solemnes. El primero carecía de fijeza, embestía con la cara alta y su recorrido era corto. Pero no parecen defectos tan graves cuando está delante un genio que hipnotiza a sus oponentes, les enseña el camino y los envuelve en su toreo. Quieta la planta siempre, colocación perfecta, en el terreno preciso, y surgen, como si fuera pura magia, los trincherazos ceñidos, los preciosistas cambios de manos, el derechazo largo, largo y la emoción total de unas ceñidísimas manoletinas. Todo, un modelo de perfección; tanto es así que el toro muere con una condición diferente a la que nació por obra y gracia de un prestidigitador admirable.
Si áspero y brusco fue ese primero, malo de solemnidad parecía el cuarto. Y otra vez, con la serenidad, el temple y la autenticidad, José Tomás se adueñó del toro, lo fue embebiendo en la muleta y sus tandas de derechazos brotaron como por ensueño y la plaza enloqueció ante la sucesión de retazos artísticos surgidos de una muñeca prodigiosa. Quedaban, sin embargo, naturales excelsos, ayudados, trincherazos enormes y el pase de las flores antes de que los tendidos se poblaran de blanco y las dos orejas fueran a parar a sus manos. Aún quedaba el último, al que recibió de forma primorosa a la verónica con una rodilla en tierra, y se lució de manera esplendorosa en un quite sencillamente magistral de tres verónicas y media de cartel. El animal se vino abajo en el tercio final y todo quedó en un intento baldío.
Y queda un recuerdo muy especial para dos toreros. El primero, Domingo Navarro, tercero de la cuadrilla de Bolívar, un grandioso torero, referencia del toreo actual, primoroso en los quites a los compañeros y con las banderillas. El segundo, Manolo Sánchez, el tercero en discordia, torero que sustituyó a El Fundi, se lució ante el noble quinto, especialmente por el lado derecho. Antonio Lorca/El País.
La grandeza, elevada a las más altas cumbres, correspondió a José Tomás. En tiempos de la mediocridad reinante es una verdadera delicia admirar a un torero auténtico, heroico, artista de pies a cabeza, con una inteligencia deslumbrante, con una técnica abrumadora, con un sentido fuera de lo común del riesgo, de la quietud, del señorío y del empaque. Porque José Tomás, ayer, en Málaga, fue un torero enciclopédico en tarde pletórica, dominador y seguro en todo momento; hondo y puro siempre; con capote y muleta. Porque, quizá, lo más grande, ayer, fue su magisterio, la seguridad, el amor propio; la viva imagen de un maestro macerado por el tiempo, que hizo de su toreo un monumento, y grandeza misma de su forma de andar en la cara del toro, de las pausas y los desplantes. Mató tres toros por la cogida de Bolívar y fueron tres grandes lecciones de entrega, dominio, profundidad y hondura.
El toreo a la verónica con el que recibió a los dos primeros fue un compendio de gracia, temple y emotividad. ¡Qué forma de mover los brazos y la cintura para embeber a los toros en una sinfonía inacabada...! Y las faenas de muleta, dos clases magistrales distintas, pero majestuosas y solemnes. El primero carecía de fijeza, embestía con la cara alta y su recorrido era corto. Pero no parecen defectos tan graves cuando está delante un genio que hipnotiza a sus oponentes, les enseña el camino y los envuelve en su toreo. Quieta la planta siempre, colocación perfecta, en el terreno preciso, y surgen, como si fuera pura magia, los trincherazos ceñidos, los preciosistas cambios de manos, el derechazo largo, largo y la emoción total de unas ceñidísimas manoletinas. Todo, un modelo de perfección; tanto es así que el toro muere con una condición diferente a la que nació por obra y gracia de un prestidigitador admirable.
Si áspero y brusco fue ese primero, malo de solemnidad parecía el cuarto. Y otra vez, con la serenidad, el temple y la autenticidad, José Tomás se adueñó del toro, lo fue embebiendo en la muleta y sus tandas de derechazos brotaron como por ensueño y la plaza enloqueció ante la sucesión de retazos artísticos surgidos de una muñeca prodigiosa. Quedaban, sin embargo, naturales excelsos, ayudados, trincherazos enormes y el pase de las flores antes de que los tendidos se poblaran de blanco y las dos orejas fueran a parar a sus manos. Aún quedaba el último, al que recibió de forma primorosa a la verónica con una rodilla en tierra, y se lució de manera esplendorosa en un quite sencillamente magistral de tres verónicas y media de cartel. El animal se vino abajo en el tercio final y todo quedó en un intento baldío.
Y queda un recuerdo muy especial para dos toreros. El primero, Domingo Navarro, tercero de la cuadrilla de Bolívar, un grandioso torero, referencia del toreo actual, primoroso en los quites a los compañeros y con las banderillas. El segundo, Manolo Sánchez, el tercero en discordia, torero que sustituyó a El Fundi, se lució ante el noble quinto, especialmente por el lado derecho. Antonio Lorca/El País.
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