viernes, 10 de julio de 2009

PAMPLONA. Crónica de la corrida de El Ventorrillo, jueves 9 de julio. Feria del Toro 2009.


El diestro Manuel Jesús El Cid observa la herida en su rodilla derecha tras ser empitonado por su primero durante la corrida de la feria de abono de los Sanfermines 2009, celebrada esta tarde en el coso pamplonés, en la que ha compartido cartel con Sebastián Castella y José María Manzanares y se han lidiado reses de la ganadería de "El ventorrillo". El Cid ha sido trasladado a la enfermería de la propia plaza de toros donde ha sido intervenido de sus heridas.
Autor: EFE/Villar López

Reproducimos la crónica del Sr. Zabala de la Serna que realiza para ABC sobre la corrida de ayer, jueves 9 de julio, en Pamplona, Feria del Toro 2009.

Diario ABC.
"Lo que El Ventorrillo se llevó"
Le deseamos suerte al doctor Ángel Hidalgo en la tradicional comida en «Martintxo»: «¡Que siga la racha!» Maldita la hora. Fue ponerse El Cid con la muleta y el toro se le vino por dentro en la apertura. Directo al cuerpo por el pitón derecho. Sin tocarlo siquiera o muy descubierto el torero. Fea la cogida. Y sobre todo tremenda la paliza en el suelo. El toraco se ensañó con el cuerpo a merced de la presa. Con la taleguilla desgajada, se levantó Cid, conmocionado y con toda la naturaleza al aire. Demasiado poco para lo que pudo ser. Pero del hule no se libró. Mal momento para cobrar -no hay ninguno bueno, evidentemente- cuando encima no se ven las cosas claras. Una putada.
La historia quedó en un mano a mano entre Sebastián Castella y José María Manzanares que tuvo de mano a mano lo que yo de cura: ni un quite. La corrida de El Ventorrillo quizá tampoco fuera la idónea, por su falta de fondo y justa fuerza. En nada parecida a la que en el último San Fermín ganó el premio de la Casa de Misericordia en justa ley. Lo que El Ventorrillo se llevó fue el trofeo por la mañana como toda gloria. Y traía su trapío por delante, rematado con diferentes hechuras. Perchas y caras imponentes. Hasta ahí. Por dentro los cantares se aflojaban...
Castella se hizo cargo del toro de 600 kilos de El Cid. Ni bueno ni malo, con un punto de pensárselo a veces. Cumplió para matarlo al tercer viaje, que fue de lo que careció el animalote. Al playero y colorado tercero -hubo que recomponer el orden de lidia como procede en estos casos- le elaboró una faena extensa. Sin terminar de humillar y emplearse el toro, la obra de Le Coq se basó en la abundancia. La listeza final para buscarle las vueltas en giros muy pamploneses y una estocada le valieron una oreja. Camino de una de mayor peso iba la faena al quinto, recortado y bajo. Sebastián Castella lo saludó con lances a pies juntos y chicuelinas. Más vida había en éste de El Ventorrillo. Vibrante resultó el principio de faena con tres pases cambiados por la espalda, cosidos a una trincherilla superior. Dos series ligadas sobre la mano derecha de largo recorrido encarrilaron las embestidas por la vía del triunfo. Pero fue lo que duró el toro, que empezó a rajarse y a bascular a toriles. Lo quitó de allí para exprimirlo y volver al ataque con un epílogo de lío y cercanía que se fue al carajo con un metisaca y una estocada de efectos eternos hasta los dos avisos.
José María Manzanares pudo sacar mayor partido del escurrido sexto, que había cabido en suerte para El Cid. Manzanares abusó de esa técnica desplazadora y veloz y no se asentó nunca. Mejor fue que el burraco segundo, un armado tren sin poder en los riñones. Eso se tradujo por defenderse más de la cuenta con la cara siempre suelta. El castaño cuarto se desfondó a plomo hasta echarse. Un triste manchón para el premio matinal, que fue lo que El Ventorrillo se llevó. Ya está dicho.

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