27 de julio. 3ª de feria. Ventoso, soleado, caluroso.
Seis toros de Victorino Martín, de muy desigual fachada. El segundo, el mejor rematado, fue el de mejor nota. El cuarto, el peor. Simplemente manejables los otros cuatro. Se paró el tercero, acabó defendiéndose el quinto.
Juan José Padilla, silencio y pitos. Diego Urdiales, una oreja y silencio tras un aviso. Sergio Aguilar, silencio y una oreja.
Vicente Yestera, cogido por el cuarto en banderillas, sufrió una cornada que atravesó la bolsa escrotal con evisceración de testículo.
Reproducimos la crónica que realiza D. Pablo G. Mancha sobre esta corrida de Tudela, para el periódico La Rioja.com
LA CRÓNIA:
Urdiales: decir y sentir el toreo
PABLO G. MANCHA
El toreo unas veces se dice, otras se esculpe con un cincel, pero en la mayoría de las ocasiones hay que sentirlo muy por los adentros para dictarlo como lo hizo ayer Diego Urdiales ante 'Minador', un boyante y buen toro de Victorino Martín, con el que el torero arnedano compuso una faena de perfecta arquitectura basada en la colocación, el temple, la media distancia y ese medio pecho por delante al natural con el que volvió a acariciar ese regalo que es el toreo auténtico, el clasicismo y la hondura.
Hablamos de victorinos, pero conviene precisar que se trató de un auténtico corridón de toros con trapío para saltar en ruedos de mucha más exigencia que el de Tudela. Por ejemplo, la corrida de Santader de hace unos días o el envío de este mismo ganadero a la plaza de La Ribera del año pasado palidecían sin contemplaciones ante la desmesura de muchos de los ejemplares corridos en el festejo de ayer. El quinto, abierto y asaltillado de cuerna, fue un toro de envergadura descomunal: ancho de sienes, hondo, y muy largo de viga. Y qué decir del sexto, alto como un caballo, o los puñales astifinos del tercero. Toros de verdad, toros de plaza de primera para dos toreros (Diego Urdiales y Sergio Aguilar) que les dieron trato de jandillas, aunque no vean semejantes hierros más que por televisión. Y encima, el viento: una tarde huracanada en la que parecía heróico blandir un capote o echarse la muleta en la izquierda para torear al natural... Y lo hicieron estos dos diestros, mientras Padilla rebuscaba en su torería de artificio recursos para no salir de detrás de la mata ni un tanto así. Lo peor le llegó al sobresaliente banderillero Vicente Yestera, que fue feamente empitonado por el cuarto, que le propinó una cornada en el escroto de siete centímetros que le evisceró el testículo izquierdo. Fue operado en la enfermería y trasladado al Hospital Reina Sofía con pronóstico menos grave.
Pero vayamos con lo importante, con el toreo, con esa aventura radical y auténtica que supone acariciar con la muleta en medio de un huracán un cinqueño de Albaserrada coronado por dos puñales. Y en ese proceloso mar navegó Urdiales para conjugar en una faena precisa los verbos claves de la tauromaquia. Además, la coronó con una excelente estocada para lograr una oreja de peso, una oreja que hubiera cortado igual en cualquiera de las plazas fundamentales de circuito de las grandes ferias. El quinto, de imponente arboladura, apenas dio opciones. Sin embargo, lo entendió desde el capote y se fajó en una porfía corajinuda para exprimirlo por su único pitón potable: el derecho. En esta ocasión falló con la espada y perdió con seguridad la segunda oreja. Lo mejor de Sergio Aguilar llegó en el sexto: un victorino enorme aunque feo y menos ofensivo de cuerna. Pero lo bordó al natural en dos series en las que se sacó la muleta por debajo de la pala del pitón. El madrileño está dotado de ese valor de verdad que no se ve pero que se siente y está llamado a figurar por derecho en carteles de mayor relieve. Alargó, acaso, en demasía sus dos faenas y a punto estuvo de perder una meritoria oreja.
Hablamos de victorinos, pero conviene precisar que se trató de un auténtico corridón de toros con trapío para saltar en ruedos de mucha más exigencia que el de Tudela. Por ejemplo, la corrida de Santader de hace unos días o el envío de este mismo ganadero a la plaza de La Ribera del año pasado palidecían sin contemplaciones ante la desmesura de muchos de los ejemplares corridos en el festejo de ayer. El quinto, abierto y asaltillado de cuerna, fue un toro de envergadura descomunal: ancho de sienes, hondo, y muy largo de viga. Y qué decir del sexto, alto como un caballo, o los puñales astifinos del tercero. Toros de verdad, toros de plaza de primera para dos toreros (Diego Urdiales y Sergio Aguilar) que les dieron trato de jandillas, aunque no vean semejantes hierros más que por televisión. Y encima, el viento: una tarde huracanada en la que parecía heróico blandir un capote o echarse la muleta en la izquierda para torear al natural... Y lo hicieron estos dos diestros, mientras Padilla rebuscaba en su torería de artificio recursos para no salir de detrás de la mata ni un tanto así. Lo peor le llegó al sobresaliente banderillero Vicente Yestera, que fue feamente empitonado por el cuarto, que le propinó una cornada en el escroto de siete centímetros que le evisceró el testículo izquierdo. Fue operado en la enfermería y trasladado al Hospital Reina Sofía con pronóstico menos grave.
Pero vayamos con lo importante, con el toreo, con esa aventura radical y auténtica que supone acariciar con la muleta en medio de un huracán un cinqueño de Albaserrada coronado por dos puñales. Y en ese proceloso mar navegó Urdiales para conjugar en una faena precisa los verbos claves de la tauromaquia. Además, la coronó con una excelente estocada para lograr una oreja de peso, una oreja que hubiera cortado igual en cualquiera de las plazas fundamentales de circuito de las grandes ferias. El quinto, de imponente arboladura, apenas dio opciones. Sin embargo, lo entendió desde el capote y se fajó en una porfía corajinuda para exprimirlo por su único pitón potable: el derecho. En esta ocasión falló con la espada y perdió con seguridad la segunda oreja. Lo mejor de Sergio Aguilar llegó en el sexto: un victorino enorme aunque feo y menos ofensivo de cuerna. Pero lo bordó al natural en dos series en las que se sacó la muleta por debajo de la pala del pitón. El madrileño está dotado de ese valor de verdad que no se ve pero que se siente y está llamado a figurar por derecho en carteles de mayor relieve. Alargó, acaso, en demasía sus dos faenas y a punto estuvo de perder una meritoria oreja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario