sábado, 25 de julio de 2009

SANTANDER. FERIA DE SANTIAGO 2009. "La gente solo pudo entretenerse con las chabacanadas de Padilla en una infumable corrida de Cebada"


Reproducimos la crónica que realiza D.José Antonio del Moral, sobre la corria de cebadas gago de ayer, viernes 24 de julio, en Santander.

"La gente solo pudo entretenerse con las chabacanadas de Padilla en una infumable corrida de Cebada"

Otra tarde de petardo ganadero y muy poco toreo. Salvo el noblote aunque flojo cuarto toro, apenas hubo opción de lucimiento con los restantes. Al desastre se sumó un desinhibido Juan José Padilla que, constantemente animado por las peñas de la solanera, echó mano de los recursos más groseros y de peor gusto que se puedan imaginar, por lo que cortó una oreja. Javier Valverde anduvo inapetente con su lote tras masacrarlo en varas. Y Luís Bolívar quedó prácticamente inédito. El público, que llenó la plaza, se dedicó a canturrear canciones populares entre toro y toro para pasar lo mejor posible el largo y aburridísimo rato.
Santander. Plaza de Cuatro Caminos. 24 de julio de 2009. Séptima de feria. Tarde nublada con lleno. Seis toros de Cebada Gago, bien presentados y de pésimo juego por mansas, descastadas y algunos con peligro más o menos sordo. El único medio aprovechable fue el cuarto por más noble aunque careció de fuerza. Y el más peligroso el sexto. Juan José Padilla (pimentón y oro): Estocada trasera, silencio. Pinchazo y estocada, aviso y oreja. Javier Valverde (nazareno y oro): Pinchazo y estocada a toro arrancado, silencio. Media estocada, silencio tras algunos pitos. Luís Bolívar (marino y oro): Estocada desprendida, palmas. Estocada caída perdiendo la muleta.

Hay corridas que no merecen recordarse y la de ayer en Santander fue una de ellas. Ni recuerdo, ni mucho menos, crítica larga. ¿Para qué? ¿Para seguir aburriendo al personal? Además, así lo esperábamos de antemano. Lo malo a sabiendas es como saber que antes de desayunar te tienes que tomar seis cucharadas de ricino. Los toros de Cebada andan en franca decadencia y la terna de actuantes, salvo Bolívar, no ofrecía ningún atractivo. Pero como la gente – no sé si muchos gratis o todos de pago – llena la plaza como en tantas otras ferias toree quien toree y lidie quien lidie, las organizaciones rellenan sus ferias con festejos infumables se miren por donde se miren sin atender a los aficionados que en Santander, por cierto, son ínfima minoría. Ayer empezó la cuesta abajo artística de este ciclo que, afortunadamente, terminará el próximo lunes con un cartel bastante más atractivo que los del fin de semana en el que estamos inmersos aunque hoy tenemos una corrida de Victorino y ya veremos como sale porque tampoco el ganadero de Galapagar anda en su mejor momento que digamos. Crucemos los dedos para que al menos los “victorinos” nos deparen lo que siempre se espera de ellos. En lo anecdótico, porque no se puede considerar desde otro punto de vista, al menos Juan José Padilla fue el autor de lo más divertido de la, por todos lo demás, aburridísima jornada. Solo verle vestido como se vistió, fue un fogonazo incandescente. Hay que reconocer su indiscutible habilidad en llamar la atención, como también su capacidad de conectar con los públicos que solo van a la plaza para pasarla lo mejor posible a costa de lo que sea. El imparable bullir de Padilla con el capote, con las banderillas y con la muleta en su versión más chabacana y populista que se pueda imaginar resultó una bacanal en forma de astracanada taurina. Y digo taurina porque, al fin y al cabo, cuanto hizo fue con un toro y, por tanto, incuestionablemente meritorio. Pero sin restarle un ápice de respeto al llamado Ciclón de Jerez, ¿qué tuvo que ver lo que hizo con el toreo? Casi nada.

La esperpéntica actuación de Padilla con el cuarto toro del que cortó una oreja pedida muy ruidosamente aunque sin mayoría de pañuelos ni, por supuesto, con la oposición de los que en el tendido 3 tanto incomodan a las figuras mientras están toreando como Dios manda, tuvo lugar después de la lidia de los tres primeros en la que salvo los pares de banderillas del jerezano no vimos absolutamente nada que mereciera la pena. De ahí que el público, incluido el de sombra, se arrancara espontáneamente con el coreo de la aquí popular y picantona canción, “La fuente del Cacho”. Javier Valverde, otrora tan sobrio como formalmente buen torero y ayer ostensiblemente inapetente, dejó que a sus dos toros los molieran en varas por lo que llegaron a la muleta absolutamente inservibles. Claro que, al recibir con larga cambiada de rodillas al quinto, por milagro divino no le ensartó por el cuello porque su terrible pitón derecho le pasó a milímetros. Y Luís Bolívar, sobre el que recaían las únicas esperanzas de los buenos aficionados, se estrelló en sus buenos propósitos frente al lote menos propicio que, para colmo, contó con el más peligroso sexto toro que solo se dejó por su muy violento y descompuesto pitón izquierdo, sin que el colombiano lograra domeñarle.

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