Luque: 'Disfruté como un enano, estoy roto'
Cuvillo: 'Lo que hubo fue toreo y bravura'
En una ciudad mágica como Granada, el Corpus lució en realidad este viernes. 24 horas después de uno de los jueves que brillan más que el sol, fue el viernes apoteósico en la Maestranza granadina donde la feria estalló. Y de qué forma. José Tomás dijo e hizo el toreo; Luque arrolló como pocos y Cuvillo lidió una buena corrida de toros. ¿Qué más se puede pedir? No hay jamón para todos los días.
El triunfo en bandeja lo puso una buena corrida de Cuvillo. De todo hubo, desde dos más apagados como primero y segundo, el noblón cuarto, el buen y con fondo tercero; y la guinda final. Dos toros, con dos cortes distintos, uno por exigente y otro por noble, y con fondo de bravura ambos. Ahí la tienen ustedes, a torearla dicen. Y vaya si la torearon.
José Tomás cuajó una de sus mejores faenas. De principio a fin, sin fisuras, compacta, con rotundidad y seguridad. Hacer el toreo, vamos. Tomado el pulso al toro, que al principio se metía por dentro y no tomaba las telas con ganas, fue todo un festín. Como preludio, un gran saludo de capa rodilla en tierra y, sobre todo, un ceñidísimo quite por gaoneras sin mover un palmo.
Y apoteosis total con la muleta. De principio a fin, con sólo dos guiños al toreo ¿accesorio? Un comienzo espeluznante por estatuarios -de a seis, oiga-, hundido el mentón y descolgado de hombros; y un postre final con cuatro en uno: cambiado, trinchera, granadina y farol.
Entre medias de ello, diez minutos intenso de toreo sin fisuras, de cante grande, el que nace de la cintura partida y las muñecas rotas, el que va hasta el infinito y más allá, el que surge muletazo a muletazo con la muleta cada vez más rastrera, más en corto, más achicando, más cruzado, más cerca, más encajado. La hostia.
La faena de Tomás alcanzó la perfección. Técnica, estética y artística. Toreando despacio en muchos momentos, sintiéndose y sintiéndolo. Exprimiendo por abajo a un toro con fondo que fue a mejor y al que hizo las diabluras que quiso. Aquí, en Granada, marcó diferencias astronómicas. No sólo en caché.
Con el segundo, un borrico desrazado, estuvo correcto y firme. Y el mérito de su labor estuvo en emocionar y llegar al tendido con semejante material. Hubo tiempos y toreo a favor del toro, y así consiguió llenar plaza y llegar a los tendidos.
Junto a Tomás, figura consagrada, Granada vivió con pasión el triunfo de un joven arrollador, Daniel Luque, que salió a merendarse a sus compañeros desde el primer lance con la capa. Con un gran concepto del toreo, Luque tiró de raza y entrega en su primero para golpear primero. Y lo hizo, paseando el primer rabo de los tres que vendrían en total.
Luque es torero que, además, llena plaza y conecta rápido. Y a la gente le llegaron enseguida las primeras series con el buen tercero, al que enganchó y llevó con buen aire. Sin apretarse hasta el final, con más pasión que sosiego. Quizá ese ansia le traicionó en algunos momentos, pero bienvenida sea siempre la raza y entrega de un torero joven.
Luque tuvo, como añadido, desparpajo para, con el toro a menos, mantener el nivel de la faena con cambios de mano y virguerías al toro. Todo en un palmo, todo arrasador.
Con los trofeos en la mano, Luque tuvo la capacidad de asentarse y templarse a sí mismo, sin perder un gramo de frescura y aplomo. A ello ayudó el sexto, un toro nobilísimo y con fondo para durar más y más, al que cuajó en series por abajo, ajustadas, con personalidad. Luque no paró la máquina en ningún momento. Adornos por aquí, por allá, otra serie con la diestra más baja aún y la sensación de que puede comerse a todo el que se ponga por delante.
A todo ello contribuyó una buena corrida de Cuvillo, incluso el lote de Javier Conde. Un primero de poco fondo y un cuarto noble con el que había que apostar. No lo hizo el malagueño, que pareció un sí pero no. Al cuarto le quiso zurrar en el caballo y se volvió la gente en contra. Con razón.
El triunfo en bandeja lo puso una buena corrida de Cuvillo. De todo hubo, desde dos más apagados como primero y segundo, el noblón cuarto, el buen y con fondo tercero; y la guinda final. Dos toros, con dos cortes distintos, uno por exigente y otro por noble, y con fondo de bravura ambos. Ahí la tienen ustedes, a torearla dicen. Y vaya si la torearon.
José Tomás cuajó una de sus mejores faenas. De principio a fin, sin fisuras, compacta, con rotundidad y seguridad. Hacer el toreo, vamos. Tomado el pulso al toro, que al principio se metía por dentro y no tomaba las telas con ganas, fue todo un festín. Como preludio, un gran saludo de capa rodilla en tierra y, sobre todo, un ceñidísimo quite por gaoneras sin mover un palmo.
Y apoteosis total con la muleta. De principio a fin, con sólo dos guiños al toreo ¿accesorio? Un comienzo espeluznante por estatuarios -de a seis, oiga-, hundido el mentón y descolgado de hombros; y un postre final con cuatro en uno: cambiado, trinchera, granadina y farol.
Entre medias de ello, diez minutos intenso de toreo sin fisuras, de cante grande, el que nace de la cintura partida y las muñecas rotas, el que va hasta el infinito y más allá, el que surge muletazo a muletazo con la muleta cada vez más rastrera, más en corto, más achicando, más cruzado, más cerca, más encajado. La hostia.
La faena de Tomás alcanzó la perfección. Técnica, estética y artística. Toreando despacio en muchos momentos, sintiéndose y sintiéndolo. Exprimiendo por abajo a un toro con fondo que fue a mejor y al que hizo las diabluras que quiso. Aquí, en Granada, marcó diferencias astronómicas. No sólo en caché.
Con el segundo, un borrico desrazado, estuvo correcto y firme. Y el mérito de su labor estuvo en emocionar y llegar al tendido con semejante material. Hubo tiempos y toreo a favor del toro, y así consiguió llenar plaza y llegar a los tendidos.
Junto a Tomás, figura consagrada, Granada vivió con pasión el triunfo de un joven arrollador, Daniel Luque, que salió a merendarse a sus compañeros desde el primer lance con la capa. Con un gran concepto del toreo, Luque tiró de raza y entrega en su primero para golpear primero. Y lo hizo, paseando el primer rabo de los tres que vendrían en total.
Luque es torero que, además, llena plaza y conecta rápido. Y a la gente le llegaron enseguida las primeras series con el buen tercero, al que enganchó y llevó con buen aire. Sin apretarse hasta el final, con más pasión que sosiego. Quizá ese ansia le traicionó en algunos momentos, pero bienvenida sea siempre la raza y entrega de un torero joven.
Luque tuvo, como añadido, desparpajo para, con el toro a menos, mantener el nivel de la faena con cambios de mano y virguerías al toro. Todo en un palmo, todo arrasador.
Con los trofeos en la mano, Luque tuvo la capacidad de asentarse y templarse a sí mismo, sin perder un gramo de frescura y aplomo. A ello ayudó el sexto, un toro nobilísimo y con fondo para durar más y más, al que cuajó en series por abajo, ajustadas, con personalidad. Luque no paró la máquina en ningún momento. Adornos por aquí, por allá, otra serie con la diestra más baja aún y la sensación de que puede comerse a todo el que se ponga por delante.
A todo ello contribuyó una buena corrida de Cuvillo, incluso el lote de Javier Conde. Un primero de poco fondo y un cuarto noble con el que había que apostar. No lo hizo el malagueño, que pareció un sí pero no. Al cuarto le quiso zurrar en el caballo y se volvió la gente en contra. Con razón.
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