LA CRÓNICA:
"El toro miedica"
La corrida fue otro desfile de toros inválidos, enfermos o vaya usted a saber... Otra muestra vergonzosa del antitoro como manifestación del fracaso ganadero. Estas piltrafas que proclaman su ruina revolcándose por la arena adulteran la esencia de la lidia y convierten la corrida en un espectáculo denigrante y tedioso.
Ya está dicho todo. El resto es pura anécdota, porque, desaparecido el protagonista de la película, todo deriva hacia el naufragio tragicómico. Hubo momentos para la sonrisa triste, para la burla, para la vergüenza ajena, y, también, por qué no, para destellos de torería.
Entre tanta escoria de toro, hubo uno, el primero, que llegó a provocar la hilaridad general por su miedo escénico desde que salió al ruedo. Bueno, más que salir, pareció que lo empujaron. Y se afligió al ver a tanta gente junta, pendiente de sus movimientos. Se negaba a obedecer a los capotes, topaba antes que embestir y, sobre todo, corrió como un descosido por toda la plaza huyendo de su propia sombra. No es que fuera manso; es que era un buey feo y de cara acochinada, atenazado por un miedo natural e irrefrenable. Como si no fuera hijo de su padre; es decir, de un bravo semental, sino de algún amor furtivo de vaca alegre en noche de luna llena. Era ver a un torero cerca y salía disparado en sentido contrario. Llegó a parapetarse en las puertas de los chiqueros y miraba a todos como suplicando que se las abrieran para volver a los corrales. Picadores y banderilleros dedicaron su tarea a perseguir al cobarde y no consiguieron más que un desorden general porque el animalito no fue capaz de superar su fallo genético. Pero, sin atisbo de broma, así está el toro de hoy: en lugar de perseguir huye como un conejo asustado hacia la madriguera.
Llegados a este punto, conviene recordar un dato importante: la corrida era de postín y estaba integrada por dos primeras figuras del toreo y un chaval que se encontró con la lotería de tomar la alternativa. Dos figuras, El Cid y Castella, y toros podridos. ¿Alguna relación, acaso? Toda. Ellos eligen ganadería y toros, y son los primeros responsables del fracaso.
Pero hay más: una figura del toreo debe serlo en todo momento, y no es comprensible ni aceptable que El Cid y Castella hicieran perder el tiempo a todos dando pases y más pases insulsos a insoportables inválidos entre las protestas del respetable. El Cid hasta llegó a sonreír mientras el público protestaba, y él insistía en dar un mantazo y otro. Pues más seriedad, señor Campeador; menos sonrisa burlona y más toro. Menos hacer el ridículo de pretender justificar lo injustificable y anunciarse con otros hierros que, al menos, tengan la seriedad de la que ayer careció la corrida del Puerto de San Lorenzo. Pero estos toreros son hijos de su época, que no es otra que la de la falta de respeto al toro bravo y al público.
Nada hizo El Cid que mereciera la pena. Buena disposición, sin embargo, la de Castella, que hizo un quite por ajustadas chicuelinas a su primero, al que recibió de muleta con cuatro estatuarios muy ceñidos, que hizo albergar una esperanza que fue vana porque el toro duró muy poco. Y como es figura moderna se puso tan pesado como su compañero en el quinto, y allí seguiría toreando todavía si no le avisan de que había que cenar. Por cierto, gloria para Curro Molina, que puso un soberbio par de banderillas al segundo, asomándose de verdad al balcón.
Y Tendero fue el que se encontró con el toro miedica, que llegó a la muleta enfadado y con genio en vista de que nadie lo dejaba tranquilo. Encima, el joven, allí, muleta en mano, presionándole para que embistiera. Y embistió con violencia. Y Tendero aguantó con pundonor y entrega en varias tandas que resultaron emocionantes, en especial, tres naturales ligados con el de pecho. Pero, ¿qué pasó? Pues, pasó que se entregó como un torero cuando hacía falta un héroe. Ese toro exigía una gesta, y el torero sólo puedo hacer un gesto. No estuvo mal, no, pero con toros así han triunfado grandes figuras a lo largo de la historia. Y, ayer, le tocó la lotería de tomar la alternativa en Madrid ante una plaza llena, lo que es una suerte para jugarse el todo por el todo. Quiso arreglarlo con decisión en el último, al que toreó bien a la verónica, pero era otro inválido que le ofreció pocas opciones.
Ya está dicho todo. El resto es pura anécdota, porque, desaparecido el protagonista de la película, todo deriva hacia el naufragio tragicómico. Hubo momentos para la sonrisa triste, para la burla, para la vergüenza ajena, y, también, por qué no, para destellos de torería.
Entre tanta escoria de toro, hubo uno, el primero, que llegó a provocar la hilaridad general por su miedo escénico desde que salió al ruedo. Bueno, más que salir, pareció que lo empujaron. Y se afligió al ver a tanta gente junta, pendiente de sus movimientos. Se negaba a obedecer a los capotes, topaba antes que embestir y, sobre todo, corrió como un descosido por toda la plaza huyendo de su propia sombra. No es que fuera manso; es que era un buey feo y de cara acochinada, atenazado por un miedo natural e irrefrenable. Como si no fuera hijo de su padre; es decir, de un bravo semental, sino de algún amor furtivo de vaca alegre en noche de luna llena. Era ver a un torero cerca y salía disparado en sentido contrario. Llegó a parapetarse en las puertas de los chiqueros y miraba a todos como suplicando que se las abrieran para volver a los corrales. Picadores y banderilleros dedicaron su tarea a perseguir al cobarde y no consiguieron más que un desorden general porque el animalito no fue capaz de superar su fallo genético. Pero, sin atisbo de broma, así está el toro de hoy: en lugar de perseguir huye como un conejo asustado hacia la madriguera.
Llegados a este punto, conviene recordar un dato importante: la corrida era de postín y estaba integrada por dos primeras figuras del toreo y un chaval que se encontró con la lotería de tomar la alternativa. Dos figuras, El Cid y Castella, y toros podridos. ¿Alguna relación, acaso? Toda. Ellos eligen ganadería y toros, y son los primeros responsables del fracaso.
Pero hay más: una figura del toreo debe serlo en todo momento, y no es comprensible ni aceptable que El Cid y Castella hicieran perder el tiempo a todos dando pases y más pases insulsos a insoportables inválidos entre las protestas del respetable. El Cid hasta llegó a sonreír mientras el público protestaba, y él insistía en dar un mantazo y otro. Pues más seriedad, señor Campeador; menos sonrisa burlona y más toro. Menos hacer el ridículo de pretender justificar lo injustificable y anunciarse con otros hierros que, al menos, tengan la seriedad de la que ayer careció la corrida del Puerto de San Lorenzo. Pero estos toreros son hijos de su época, que no es otra que la de la falta de respeto al toro bravo y al público.
Nada hizo El Cid que mereciera la pena. Buena disposición, sin embargo, la de Castella, que hizo un quite por ajustadas chicuelinas a su primero, al que recibió de muleta con cuatro estatuarios muy ceñidos, que hizo albergar una esperanza que fue vana porque el toro duró muy poco. Y como es figura moderna se puso tan pesado como su compañero en el quinto, y allí seguiría toreando todavía si no le avisan de que había que cenar. Por cierto, gloria para Curro Molina, que puso un soberbio par de banderillas al segundo, asomándose de verdad al balcón.
Y Tendero fue el que se encontró con el toro miedica, que llegó a la muleta enfadado y con genio en vista de que nadie lo dejaba tranquilo. Encima, el joven, allí, muleta en mano, presionándole para que embistiera. Y embistió con violencia. Y Tendero aguantó con pundonor y entrega en varias tandas que resultaron emocionantes, en especial, tres naturales ligados con el de pecho. Pero, ¿qué pasó? Pues, pasó que se entregó como un torero cuando hacía falta un héroe. Ese toro exigía una gesta, y el torero sólo puedo hacer un gesto. No estuvo mal, no, pero con toros así han triunfado grandes figuras a lo largo de la historia. Y, ayer, le tocó la lotería de tomar la alternativa en Madrid ante una plaza llena, lo que es una suerte para jugarse el todo por el todo. Quiso arreglarlo con decisión en el último, al que toreó bien a la verónica, pero era otro inválido que le ofreció pocas opciones.
Fuente: cope.es/las ventas/fotos Juan Pelegrín.
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