Toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación, blandos, nobles y con casta. Al tercero, muy encastado, le dieron la vuelta al ruedo.
Emilio Silvera: pinchazo, estocada que asoma y dos descabellos (oreja); pinchazo, casi entera y tres descabellos (oreja).
José Tomás: estocada trasera (dos orejas); casi entera (dos orejas).
El Cid: estocada trasera (dos orejas); pinchazo y media estocada (oreja).
Plaza de Huelva. 3 de agosto. Última corrida de las Colombinas. Lleno de "no hay billetes".
José Tomás, ayer en la corrida de la plaza de la Merced de Huelva.
EFE - 04-08-2009
La Crónica:
Tomás y El Cid, exquisitez torera
No hubo dramatismo, ni conmoción, ni arrebato. Hubo, eso sí, toreo caro, carísimo, desde que José Tomás se abrió de capa en su primero, al que recibió con siete verónicas de cartel, preñadas de hondura, gracia y profundidad. Quitó, después, por chicuelinas ceñidas, y comenzó la faena de muleta con unos estatuarios en el centro del anillo. Brotaron a continuación dos tandas de naturales inmensos, con el toro embebido en los vuelos del engaño, auténticos, templados, bellísimos. Las dos últimas tandas surgieron de la mano derecha, convertida en un prodigio de belleza para dibujar carteles de toros. Unos ayudados garbosos cerraron una faena preciosista, adornada por unos recortes y trincherillas de profundo sabor torero.
Un toro bruto fue su segundo, -también anovillado- con genio y reservón, al que fue metiendo en la muleta gracias a una técnica prodigiosa. Aguantó impertérrito miradas y cabezazos, y lo toreó por ambas manos con más profesionalidad que belleza, sin perderle nunca la cara, bien colocado siempre, muy torero. Un par de naturales, otro de derechazos y las ajustadas manoletinas finales supieron a toreo grande.
Más y mejor toro, por encastado, noble y, también, áspero, era el tercero, que le tocó en suerte a El Cid, quien se encontró con una difícil papeleta tras la exquisitez primera de Tomás. Y dictó el torero toda una lección de magisterio en una labor de menos a más por ambas manos en la que destacaron naturales extraordinariamente largos y hondos, arrastrando la muleta y la embestida prendida. Convencido el torero de su poderío, culminó su labor con derechazos de pitón a rabo, fruto de su mando y de su temple. Fue otra faena de torero grande, de figura en sazón, que no se dejó ganar la partida ante un toro al que dieron la vuelta al ruedo.
El Cid salió a por todas en el sexto tras las cuatro orejas de Tomás. Y lanceó al toro con largura y empaque a la verónica. Lo cuidó en el caballo y se lució en un quite de dos elegantes verónicas y dos medias. Brindó la faena a sus dos compañeros de cartel y, tras un largo parlamento, se puso a torear. Y lo hizo con la soltura propia de una figura ante un torete blando, de corto recorrido, y con la cara alta, pero codicioso. Comenzó con la mano derecha y trazó muletazos de mucha clase en cuatro tandas que pecaron de cierta celeridad en su ejecución. Extraordinario fue el pase de pecho que cerró la única tanda de naturales. No destacó por su plenitud artística, pero sí como lidiador seguro.
No quería Silvera -un torero onubense que lleva dos años retirado de los ruedos- ser un convidado de piedra en tarde tan especial. Y no lo fue por decisión, valentía y raza. Se le nota la falta de rodaje, pero le sobró corazón en dos faenas ante un lote de muy distinta condición: muy noble, un bombón, el primero, y encastado el cuarto. Ante los dos dio lo mejor de sí mismo, que fue mucho en el lance a la verónica y con notables y vistosos pasajes con la muleta. En el cuarto saludó muy emocionado el banderillero Jesús Carvajal -tercero de la cuadrilla- tras colocar un espléndido par. Antonio Lorca/El País.
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