Reproducimos la crónica que sobre la 2ª corrida de la Feria de las Colombinas, sábado 1 de agosto, que realiza el crítico taurino D. Antonio Lorca para El País, por su indudable interés para los aficonados.
LA DEHESILLA/PONCE, MORANTE, PERERA
Toros de La Dehesilla justos de presentación, muy blandos, descastados y nobles.
Enrique Ponce: media trasera y ocho descabellos (silencio); _aviso_ estocada baja y un descabello (oreja).
Morante de la Puebla: pinchazo _aviso_ tres pinchazos, media baja _segundo aviso_ (palmas); estocada baja y trasera (pitos).
Miguel A. Perera: estocada (dos orejas); estocada (dos orejas).
Plaza de Huelva. 1 de agosto. Segunda corrida de las Colombinas. Casi lleno.
Toros de La Dehesilla justos de presentación, muy blandos, descastados y nobles.
Enrique Ponce: media trasera y ocho descabellos (silencio); _aviso_ estocada baja y un descabello (oreja).
Morante de la Puebla: pinchazo _aviso_ tres pinchazos, media baja _segundo aviso_ (palmas); estocada baja y trasera (pitos).
Miguel A. Perera: estocada (dos orejas); estocada (dos orejas).
Plaza de Huelva. 1 de agosto. Segunda corrida de las Colombinas. Casi lleno.
LA CRÓNICA:
La fiesta, bajo sospecha
El primer toro saltó a ruedo con el pitón izquierdo abierto como una flor. Nadie dijo ni mú. Pero no fue eso lo peor. Lo más grave es la previsible mutación genética que está sufriendo el toro bravo y que cambia la faz de la tauromaquia hasta convertirla en un espectáculo anodino y soporífero. Y éste no es un problema exclusivo de la ganadería anunciada, sino de la cabaña brava, como se puede comprobar en las plazas más exigentes. El animal bravo, vibrante, encastado y codicioso ha pasado a mejor vida, y ha dejado paso a una débil, enferma y amorfa caricatura que provoca lástima, desprecio y sopor.
Y en esta triste historia son protagonistas las llamadas figuras de la modernidad, que han conseguido el toro perfecto para cortar orejas en espectáculos que nada tienen que ver con una auténtica corrida de toros. Se aprovechan, claro está, del desconocimiento y la generosidad de un público indocumentado que cree estar viendo a Joselito revivido cuando lo que tienen delante es un señor vestido de luces intentando ponerse bonito ante un proyecto de cadáver.
En eso es un experto Enrique Ponce, una figura indiscutible y uno de los toreros más pesados del siglo XXI. Ayer, una vez más, le tocaron un aviso antes de entrar a matar. Y eso que el incapaz presidente onubense no parece tener reloj y es el culpable de que el festejo dure una dolorosa eternidad. Produce rubor contemplar a un torero delante de la tonta del bote, moribunda y descastada, intentando hacer no se sabe qué para contentar, supuestamente, al aplaudidor público de esta plaza. Así entienden la vergüenza torera los diestros más sobresalientes del escalafón. Su primero era un inválido, se dio dos batacazos y ahí se acabó la presente historia. Ponce intentó torearlo con el pico por delante, mientras los silentes tendidos esperaban con impaciencia que acabara. Pero eso no fue nada comparado con la faena de muleta a su segundo toro, interminable, la de nunca acabar, la insoportable labor de un torero pesadísimo que desconoce, al parecer, el sentido de la medida, tan necesario para todo en la vida. Cansó hasta el señor usía, que parece no tener prisa para nada. Pues una oreja le concedieron a pesar de todo. Vivir para ver.
No tuvo su tarde Morante. No lo pasó bien con su primero, que estaba cuajado de defectos -manso, violento, reservón, incierto y áspero-, y eso no gustó al torero, lógicamente. Pero en lugar de acabar con su oponente con celeridad, extendió incomprensiblemente el trasteo, mostró excesivas precauciones y a punto estuvo de escuchar los tres avisos. Tampoco le gustó el quinto; le dio de lo lindo el picador, y todo parecía indicar que las dudas ganarían la partida a la estética. Así fue. Y la tarde del artista fue para el olvido.
El triunfador fue Perera, pero qué bueno hubiera sido lo suyo si su primero llega a ser un toro como Dios manda. En su lugar se enfrentó a una mona de pascua con la que toreó de salón, con lentitud y elegancia, pero sin emoción. No se pudo negar, no obstante, su interés por agradar. Pero es otro torero moderno que no va a pedir toros cuando todos los demás exigen borregos. Se lució por ajustadas tafalleras ante el sexto, al que muleteó con seguridad, temple y elegancia tras brindar al respetable, en una labor de torero hecho y derecho.
A pesar de todos, por culpa de los taurinos y, sobre todo, de los toreros, la fiesta sigue estando bajo sospecha. Antonio Lorca
En eso es un experto Enrique Ponce, una figura indiscutible y uno de los toreros más pesados del siglo XXI. Ayer, una vez más, le tocaron un aviso antes de entrar a matar. Y eso que el incapaz presidente onubense no parece tener reloj y es el culpable de que el festejo dure una dolorosa eternidad. Produce rubor contemplar a un torero delante de la tonta del bote, moribunda y descastada, intentando hacer no se sabe qué para contentar, supuestamente, al aplaudidor público de esta plaza. Así entienden la vergüenza torera los diestros más sobresalientes del escalafón. Su primero era un inválido, se dio dos batacazos y ahí se acabó la presente historia. Ponce intentó torearlo con el pico por delante, mientras los silentes tendidos esperaban con impaciencia que acabara. Pero eso no fue nada comparado con la faena de muleta a su segundo toro, interminable, la de nunca acabar, la insoportable labor de un torero pesadísimo que desconoce, al parecer, el sentido de la medida, tan necesario para todo en la vida. Cansó hasta el señor usía, que parece no tener prisa para nada. Pues una oreja le concedieron a pesar de todo. Vivir para ver.
No tuvo su tarde Morante. No lo pasó bien con su primero, que estaba cuajado de defectos -manso, violento, reservón, incierto y áspero-, y eso no gustó al torero, lógicamente. Pero en lugar de acabar con su oponente con celeridad, extendió incomprensiblemente el trasteo, mostró excesivas precauciones y a punto estuvo de escuchar los tres avisos. Tampoco le gustó el quinto; le dio de lo lindo el picador, y todo parecía indicar que las dudas ganarían la partida a la estética. Así fue. Y la tarde del artista fue para el olvido.
El triunfador fue Perera, pero qué bueno hubiera sido lo suyo si su primero llega a ser un toro como Dios manda. En su lugar se enfrentó a una mona de pascua con la que toreó de salón, con lentitud y elegancia, pero sin emoción. No se pudo negar, no obstante, su interés por agradar. Pero es otro torero moderno que no va a pedir toros cuando todos los demás exigen borregos. Se lució por ajustadas tafalleras ante el sexto, al que muleteó con seguridad, temple y elegancia tras brindar al respetable, en una labor de torero hecho y derecho.
A pesar de todos, por culpa de los taurinos y, sobre todo, de los toreros, la fiesta sigue estando bajo sospecha. Antonio Lorca
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