Gesto de cariño de Cayetano a Gijón, llevándose la montera al corazón al brindar al público su primero
CUCA ALONSO
CUCA ALONSO
Tarde torera, torera, por el clima, la expectación y el lleno; no vamos a ser puntillosos, no se habrá agotado el papel, pero vista la plaza en redondo, el aforo estaba cubierto. Sospechamos la satisfacción del empresario, que año tras año está logrando que El Bibio vaya a más; atrás han quedado aquellas tardes tristísimas de cuatro amigos agrupados en mitad de la sombra y se acabó. Y, en consecuencia, es hora de pedirle mejor ganado y menos carteles del corazón, que ya vemos para qué dan. Los toros de ayer, en la línea de los demás, muy justos de presentación, escaso trapío y poca clase. Un señor cercano me preguntó en cierto momento: ¿qué le parece el toro?; creo que era el segundo de Fran Rivera. El animal era negro, pesaba casi 500 kilos... «Muy corrientito», le dije, y añadí: «Si ahora saliera al ruedo un toro de verdad, usted mismo iba a apreciar la diferencia». Casi nos hemos olvidado. Pero ocurre que éstos, los Zalduendo, para los hermanos Rivera Ordóñez, fueron perfectos; además de no complicarles la vida, su escasa embestida justificó su absoluto desinterés. Ni el uno ni el otro demostraron nada, si acaso dos naturales preciosos de Cayetano en su primero, y nada más. Y Fran lo mismo, con una salvedad: ha aprendido a matar. Sus estocadas fueron estupendas, aún mejor la segunda en un volapié precioso. Dicen que en Huelva se suele preguntar al término de una corrida: «¿Hubo algo?», y la respuesta, puestos en la tesitura de ayer y refiriéndonos al toreo de a pie, sería: «No, ni na». Pues eso. Aun así, se pidió una oreja para Fran Rivera en su segundo, en el que había hecho más cine que faena y pinchado en hueso antes de lograr la estocada. Eso, pedir la oreja por pedir, es una falta de respeto hacia los profesionales de verdad y un alarde de que en El Bibio no se tiene ni idea o que el asunto se toma a rechufla; no sabemos qué es peor. Si queremos que esta plaza, secular y preciosa, gane en prestigio, el primero que ha de dárselo es el público, tomándoselo en serio y dejando las chirigotas en casa. Caso aparte es la consideración hacia Pablo Hermoso de Mendoza. Lució siete u ocho caballos preciosos y una maestría total en su dominio. Fueron espectaculares sus driblados al toro, y las faenas a ambos, pero... No le vimos, por ejemplo, poner las banderillas a dos manos, algo que es preceptivo en una buena faena de rejoneo. Una oreja hubiera sido suficiente. Gracias a Cayetano por el gesto de cariño demostrado hacia Gijón. Al irse a los medios para brindar al público su primero, se llevó la montera al pecho, junto al corazón. Cuántas tardes, años atrás, lo vimos en la feria de Begoña, sentado en lo alto del tendido con la espalda apoyada en la base del tabloncillo, contemplando la corrida serenamente. Quién iba a decírselo entonces... Quiera o no, Gijón ha tenido mucho que ver en su historia.
Fuente: La Nueva España.
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