de la plaza de toros de Albacete.
RUBÉN SERRALLÉ
RUBÉN SERRALLÉ
ZABALA DE LA SERNA ALBACETE
La faena de ayer en Albacete se recordará como una de las cumbres de Sebastián Castella en la regularidad que lo sostiene en la cordillera de los elegidos (para la gloria) de 2009. Como un volcán en pleno nacimiento, estalló Castella. Y con la erupción, el terremoto. A la altura de las tardes de Bayona (7 de agosto) o Pontevedra, cumbres galas. Albacete vivió el terremoto con pasión. En manos de Le Coq, un muy buen toro de Núñez del Cuvillo, encastado, de hechuras y galope airoso, bizco y astifino, bocidorado sobre pinta colorada, ¿tan sobresaliente como para premiarlo con la vuelta al ruedo en el arrastre? Obedecer, obedeció a todo con vibración. Castella se lo pasó por las espinillas veinte veces en la apoteosis de final de faena, con la muleta lacia en las zapatillas, en cambios de mano por la espalda, en espaldinas y circulares. Un temblor de espeluznante y abrasador valor después de que hubiese corrido la mano con ligazón y medio compás sobre la diestra y la siniestra que ayer no lo fue: naturales espléndidos hubo. Si cuento la faena de atrás hacia delante, debería haber arrancado por el espadazo mortal -el toro cayó rodado sin puntilla en un recuerdo roblesista, al intentar un natural- y tendría que acabar con el arranque de pases cambiados. El orden no altera el producto: dos orejas ardientes. Otra conquistó por encima de un remiendo de Albarreal sin celo ni empleo, pero muerto de un volapié sensacional, con un tiempo de espera y una colocación superior de la espada.
Morante de la Puebla anduvo torerísimo con un sorteo malo, aunque no imposible. Expuso más de lo que el personal percibió con el jabonero que rompió plaza, un toro que soltó la guasa que portaba cuando sintió el acero del estoque: ¡que arreón canalla! Se metía mucho, y Morante lo tocaba a tiempo para trazar derechazos de una perezosa lentitud. Hay dos tipos de valor: el de la quietud y el de torear despacio. Mediada la cosa, la embestida se quedaba por las corvas. El de La Puebla perdió pie y se quedó a merced. Tuvo potra y raza: incorporado se la volvió a poner. Un esfuercito. El precioso capirote, salpicado, botinero, astifinísimo cuarto, no humilló jamás. Sentaron malamente dos varas a modo. Un quite a la verónica -por el izquierdo de ensueño el lance, música en Sevilla- pasó de puntillas en la tierra de Chicuelo II. Y por el izquierdo fue el toro, más mal que bien, a la altura del palillo. El principio de montera calada, sentado en el estribo, a dos manos, estaba fotocopiado de «El Ruedo». Luego lo nunca visto: brindó al público. Fueron flashes naturales, como los pases de costadillo, y una espada precavida.
Miguel Tendero debió acompañar al galo a hombros. Nervios recentales a veces, expresión madura en otras. Al tercero le pesaron los medios. Un par de tandas con la zurda al feo sexto tuvieron encaje y muleta a rastras. Pero con esa espada...
Fuente: ABC.
No hay comentarios:
Publicar un comentario