El diestro francés cortó la única oreja del sexto astado en un festejo en el que las reses de la ganadería Parladé resultaron deslucidas según los toreros
José Luis Martínez El torero francés, Sebastián Castella, paseando la oreja.
El torero francés de Herault, Sebastián Castella, logró cortar la única oreja del primer festejo de la Feria de San Miguel que se celebró en la Real Maestranza bajo un buen ambiente y buena temperatura. Castella logró el premio ante el último de su lote, de nombre Lugareño, de 537 kilos, descastado pero con algo de movilidad, y cuya lidia brindó al respetable. El comportamiento del resto de los astados, todos de la ganadería Parladé, impidió a su compañero de cartel, el diestro sevillano Morante de la Puebla, que estuvo voluntarioso durante toda la corrida y en bastantes ocasiones por encima de los toros, obtener algún trofeo. Sebastián Castella analizó al final de la corrida al astado al que cortó la única oreja del festejo, el sexto de la tarde, en lo que fue la mejor faena del espectáculo taurino, al comenzar con el pase de las flores en los medios, tras brindar al público. La faena fue a más dejando claro en todo momento que no quería irse de vacío de Sevilla. Al final consiguió una oreja que hizo justicia al gran esfuerzo y tras una enorme estocada: "Por lo menos este toro tenía algo más que los otros, que no han tenido nada de nada. Al menos el último de mi lote tuvo una mijita de alegría que aproveché al máximo para poner todo de mi parte e ir a por todas. De todas formas, así cuesta mucho trabajo construir una faena bonita, como nos gusta y como esperamos todos, pero al menos pude pegarle muletazos muy sentidos y conseguir el premio esperado y deseado".
José Luis Martínez El torero francés, Sebastián Castella, paseando la oreja.
El torero francés de Herault, Sebastián Castella, logró cortar la única oreja del primer festejo de la Feria de San Miguel que se celebró en la Real Maestranza bajo un buen ambiente y buena temperatura. Castella logró el premio ante el último de su lote, de nombre Lugareño, de 537 kilos, descastado pero con algo de movilidad, y cuya lidia brindó al respetable. El comportamiento del resto de los astados, todos de la ganadería Parladé, impidió a su compañero de cartel, el diestro sevillano Morante de la Puebla, que estuvo voluntarioso durante toda la corrida y en bastantes ocasiones por encima de los toros, obtener algún trofeo. Sebastián Castella analizó al final de la corrida al astado al que cortó la única oreja del festejo, el sexto de la tarde, en lo que fue la mejor faena del espectáculo taurino, al comenzar con el pase de las flores en los medios, tras brindar al público. La faena fue a más dejando claro en todo momento que no quería irse de vacío de Sevilla. Al final consiguió una oreja que hizo justicia al gran esfuerzo y tras una enorme estocada: "Por lo menos este toro tenía algo más que los otros, que no han tenido nada de nada. Al menos el último de mi lote tuvo una mijita de alegría que aproveché al máximo para poner todo de mi parte e ir a por todas. De todas formas, así cuesta mucho trabajo construir una faena bonita, como nos gusta y como esperamos todos, pero al menos pude pegarle muletazos muy sentidos y conseguir el premio esperado y deseado".
El primer toro para Castella, un sobrero feo de hechuras, fue un astado muy difícil, intentando echar mano desde un principio al diestro francés, algo que consiguió el de Parladé en un tremendo hachazo, afortunadamente sin consecuencias al no llegar a meterle el pitón: "Afortunadamente estoy tranquilo porque ha sido sin consecuencias. Quería demostrar desde el principio las ganas que tenía de triunfar". Sebastián Castella siguió intentándolo con firmeza y a base de consentir le robó algún muletazo por el derecho al astado de Parladé, que tuvo muy poco fuelle desde que saltó al ruedo.
De la faena al cuarto, en el que estuvo a punto de triunfar, el propio diestro galo afirma: "Aunque lo intenté varias veces, logrando que la música sonara, no pude hacer mucho por más voluntad que le puse". Sobre la corrida en general no tuvo reparos en reconocer la poca calidad de los toros de la ganadería Parladé: "Los toros embistieron una vez bien, dos mal y a la tercera lo que intentaban directamente era cogerte. Así cuesta mucho trabajo hacer una faena bonita y que agrade al aficionado. Más no he podido hacer.
"Con respecto a la disposición mantenida durante todo el festejo y ante los astados de su lote, el diestro galo se mostró bastante tranquilo al tener claro que "la gente me ha tenido que ver en todo momento firme y dispuesto, que es como creo que hay que estar en una plaza de primera categoría como es la Real Maestranza de Sevilla, y con toros así. He puesto toda la carne en el asador y al menos se ha reflejado con la oreja cortada. Más no he podido hacer".
Fuente: Diario de Sevilla.
Por otra parte D. Carlos Crivell hace la siguiente crónica de esta corrida:
"Oreja de pueblo y ruina ganadera"
Carlos Crivell.- Sevilla
Si hubiera seriedad en la Fiesta, después de la primera de San Miguel al aficionado bueno le gustaría saber que algunos taurinos han tomado algunas decisiones. Sería gratificante saber que los dueños de Parladé, la familia de Juan Pedro Domecq, han dado la orden de sacrificar las vacas que han parido a los toros lidiados y también a los sementales que las preñaron.
La seriedad también supondría que la empresa haría un anuncio, para tranquilizar a la afición, con la noticia de que en la temporada próxima no se comprará ninguna corrida ni de juan Pedro ni de Parladé.
En un paso más de coherencia, los matadores que se enfrentaron a este tipo de reses nos harían llegar su decisión de no volver a exigir en mucho tiempo un encierro de Parladé.
Si hay seriedad, habría que exigir responsabilidades a la música por tocar sin motivo, al presidente, por conceder una oreja propia de un pueblo sin luz, y también organizar un cursillo acelerado de conocimientos mínimos para los que pidieron la oreja del sexto para Castella, para que sepan que después de una faena sólo decorosa y un bajonazo no se pueden reclamar trofeos en el templo del toreo.
Pero la seriedad no existe casi en ninguna parcela de esta sociedad. Si para entender cómo está España basta analizar cómo anda la Fiesta, se vuelve la oración y la Fiesta es el fiel reflejo de un estado de cosas lamentable a todos los niveles.
Seis toros de Parladé para el matadero, carentes de los necesarios atributos del toro de lidia. No hubo ni bravura ni fuerzas; de casta, ayunos, pero tampoco estaban bien presentado. El toro debe ser el reflejo de su encaste. Algunos de Parladé, altos y zancudos, perecían de cualquier ganadería menos de Domecq.
Y eso que la tarde prometía. Se cayó El Cid, por cierto, uno de los triunfadores de la tarde, y las taquillas no se resintieron. La Maestranza tenía el aspecto de las grandes tardes. La ilusión se palpaba en los tendidos. Todo se hundió conforme salían al ruedo los toros de la divisa amarilla.
Morante fue desparramando pinceladas sueltas de su torería y calidad. Lo hizo en el primero, tan flojo como noble, al que enjaretó tres naturales soberbios de entrada. Parecía una faena grande, pero ya no hubo limpieza en los derechazos ni por la izquierda surgieron muletazos parecidos. Quedó un torero con voluntad y algunos de pecho para enmarcarlos.
Al tercero, sólo dos verónicas y la media como detalle de su consumado estilo con el percal. El de Parladé embestía a cabezazos. Morante hizo lo que siempre se llamó una faena de aliño.
El quinto era un tío por delante. Sólo tenía presencia, porque fue manso y descastado. El torero de La Puebla dibujó un enorme muletazo por bajo con la rodilla en tierra, se echó la franela a la izquierda y dibujó dos pases limpios, pero todo duró un suspiro. El animal se frenó, levantó la cabeza y se paró. Hizo el esfuerzo y lo sacó al centro. El toro ya era una basura.
Castella estuvo toda la tarde dispuesto, valiente y fiel a su estilo. Con el capote, apenas unos detalles en las chicuelinas del quite al cuarto. El sobrero segundo fue malo, soso y con el freno echado. Castella se llevó una voltereta y se arrimó con ganas.
Recibió al cuarto con unos estatuarios solemnes, muy quieta la planta, vertical como un poste, con un valor seco de impresión. En adelante, de nuevo un toro sin recorrido, siempre con la cara alta y sin posibilidades. Acabó gazapón y rajado. A estas alturas, el francés parecía descorazonado, al menos se fue muy pronto por la espada.
Lo mejor de su labor fue el comienzo de la faena al sexto con los pases por al espalda, los de la firma y el de pecho en una loseta. Se mostró valiente, pero apenas pudo consumar algunas tandas medio completas porque el de Parladé embestía sin vida. Animó el cotarro con un circular y lo mató de un bajonazo. La gente, para olvidar la ruina vivida, sacó el pañuelo en minoría y el palco, sin criterio ni categoría para presidir en la Maestranza, sacó el suyo. La plaza se había convertido en una verbena. Lo más curioso es que a la salida, la mayoría se echaban las manos a la cabeza por la oreja concedida.
En fin que si hubiera seriedad, en pocos días habría noticias sobre este festejo. Pero, tranquilos, no pasa nada. La seriedad es una virtud que está en extinción.
Si hubiera seriedad en la Fiesta, después de la primera de San Miguel al aficionado bueno le gustaría saber que algunos taurinos han tomado algunas decisiones. Sería gratificante saber que los dueños de Parladé, la familia de Juan Pedro Domecq, han dado la orden de sacrificar las vacas que han parido a los toros lidiados y también a los sementales que las preñaron.
La seriedad también supondría que la empresa haría un anuncio, para tranquilizar a la afición, con la noticia de que en la temporada próxima no se comprará ninguna corrida ni de juan Pedro ni de Parladé.
En un paso más de coherencia, los matadores que se enfrentaron a este tipo de reses nos harían llegar su decisión de no volver a exigir en mucho tiempo un encierro de Parladé.
Si hay seriedad, habría que exigir responsabilidades a la música por tocar sin motivo, al presidente, por conceder una oreja propia de un pueblo sin luz, y también organizar un cursillo acelerado de conocimientos mínimos para los que pidieron la oreja del sexto para Castella, para que sepan que después de una faena sólo decorosa y un bajonazo no se pueden reclamar trofeos en el templo del toreo.
Pero la seriedad no existe casi en ninguna parcela de esta sociedad. Si para entender cómo está España basta analizar cómo anda la Fiesta, se vuelve la oración y la Fiesta es el fiel reflejo de un estado de cosas lamentable a todos los niveles.
Seis toros de Parladé para el matadero, carentes de los necesarios atributos del toro de lidia. No hubo ni bravura ni fuerzas; de casta, ayunos, pero tampoco estaban bien presentado. El toro debe ser el reflejo de su encaste. Algunos de Parladé, altos y zancudos, perecían de cualquier ganadería menos de Domecq.
Y eso que la tarde prometía. Se cayó El Cid, por cierto, uno de los triunfadores de la tarde, y las taquillas no se resintieron. La Maestranza tenía el aspecto de las grandes tardes. La ilusión se palpaba en los tendidos. Todo se hundió conforme salían al ruedo los toros de la divisa amarilla.
Morante fue desparramando pinceladas sueltas de su torería y calidad. Lo hizo en el primero, tan flojo como noble, al que enjaretó tres naturales soberbios de entrada. Parecía una faena grande, pero ya no hubo limpieza en los derechazos ni por la izquierda surgieron muletazos parecidos. Quedó un torero con voluntad y algunos de pecho para enmarcarlos.
Al tercero, sólo dos verónicas y la media como detalle de su consumado estilo con el percal. El de Parladé embestía a cabezazos. Morante hizo lo que siempre se llamó una faena de aliño.
El quinto era un tío por delante. Sólo tenía presencia, porque fue manso y descastado. El torero de La Puebla dibujó un enorme muletazo por bajo con la rodilla en tierra, se echó la franela a la izquierda y dibujó dos pases limpios, pero todo duró un suspiro. El animal se frenó, levantó la cabeza y se paró. Hizo el esfuerzo y lo sacó al centro. El toro ya era una basura.
Castella estuvo toda la tarde dispuesto, valiente y fiel a su estilo. Con el capote, apenas unos detalles en las chicuelinas del quite al cuarto. El sobrero segundo fue malo, soso y con el freno echado. Castella se llevó una voltereta y se arrimó con ganas.
Recibió al cuarto con unos estatuarios solemnes, muy quieta la planta, vertical como un poste, con un valor seco de impresión. En adelante, de nuevo un toro sin recorrido, siempre con la cara alta y sin posibilidades. Acabó gazapón y rajado. A estas alturas, el francés parecía descorazonado, al menos se fue muy pronto por la espada.
Lo mejor de su labor fue el comienzo de la faena al sexto con los pases por al espalda, los de la firma y el de pecho en una loseta. Se mostró valiente, pero apenas pudo consumar algunas tandas medio completas porque el de Parladé embestía sin vida. Animó el cotarro con un circular y lo mató de un bajonazo. La gente, para olvidar la ruina vivida, sacó el pañuelo en minoría y el palco, sin criterio ni categoría para presidir en la Maestranza, sacó el suyo. La plaza se había convertido en una verbena. Lo más curioso es que a la salida, la mayoría se echaban las manos a la cabeza por la oreja concedida.
En fin que si hubiera seriedad, en pocos días habría noticias sobre este festejo. Pero, tranquilos, no pasa nada. La seriedad es una virtud que está en extinción.
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