domingo, 7 de agosto de 2011

HUELVA. FERIA DE LAS COLOMBINAS. Reseña y crónica de la corrida de toros del sábado 6 de agosto.CUVILLO/EL JULI, PERERA, TALAVANTE

Miguel Ángel Perera, en un pase cambiado por la espalda a su primer toro.- IVÁN BOZA

Plaza de Toros de la Merced, Huelva. 6 de agosto. Feria de las Colombinas. Más de tres cuartos de plaza.

Toros de Núñez del Cuvillo, -el sexto, devuelto- aceptablemente presentados, nobles, con clase; al segundo se le dio la vuelta al ruedo. Sobrero de José Luis Pereda, muy descastado.
El Juli: estocada trasera _aviso_ (dos orejas); estocada (ovación).
Miguel Angel Perera: estocada baja (dos orejas); pinchazo y estocada (ovación).
Alejandro Talavante: estocada _aviso_ (oreja); pinchazo, media y un descabello (palmas).



Reproducimos la crónica que realiza D. Antonio Lorca, sobre este festejo, para elpais.com

El noble y dulce toro amigo

El toro de hoy no está hecho para la lidia, sino para la caricia

La corrida fue francamente divertida. Se cortaron cinco orejas y El Juli y Perera salieron a hombros de la plaza. El generoso y festivo público onubense se lo pasó en grande. No en vano hicieron el paseíllo tres de las más reconocidas figuras actuales, toreros jóvenes, maduros, en sazón, que copan el interés de los espectadores; y los tres, que mandan y mucho en los despachos, eligieron una divisa de garantías, Núñez del Cuvillo, que está en boca de todos los taurinos por su nobleza.
Y a fe que los toros hicieron honor a su merecida buena fama: muy bonitos de hechuras, recogidos de pitones, de comportamiento nobilísimo, y embestida dulzona y templada. Ese es el toro que se deja torear, el que permite que su oponente esté delante confiado y seguro. El toro amigo tan deseado por los toreros actuales, ese que plantea muy escasas complicaciones y colabora el triunfo facilón con el que hoy se conforman los públicos. Ese toro amigo no está hecho para la lidia, sino para la caricia. Tanto es así, que el tercio de varas fue, una tarde más, una pura y vergonzante caricatura. (Que se tienten la ropa los picadores porque están a un repique de endosar las listas del paro). A lo que íbamos: todos los toreros no saben acariciar como se debe, y ahí surgen las complicaciones. Se dan muchos pases, las faenas se hacen interminables, pero en escasas ocasiones surge la chispa, el pellizco y la calidad. Ese es el problema del toreo actual: se ha criado un toro para el arte y todos los que se visten de luces no son artistas. Cuentan, sin embargo, con el beneplácito de los que pagan, que son los clientes menos exigentes de la historia del toreo.
Pero la corrida fue divertida. Los músicos tuvieron trabajo extra y las palmas echaban humo. Otra cosa es que el espectáculo alcanzara la vitola de apoteosis. Hasta tanto no se llegó.
Nadie duda a estas alturas de la capacidad de ese señor que aprendió a torear antes que a andar y que se llama Julián López El Juli. Es de una suficiencia aplastante, su dominio es apabullante y conoce a la perfección los resortes para embaucar a los tendidos. Y todo ello lo demostró ante su primero, un toro noble, codicioso, de repetidora embestida, con el que se lució, primero, con un quite por chicuelinas elegantes y ceñidas. Lo muleteó con claridad por ambas manos, aunque a toda su labor le faltó la hondura que exigía la calidad del animal. Como no se puede negar su disposición y buen hacer, le concedieron dos orejas que paseó entre la algarabía general. Menos suerte tuvo con el cuarto; quiere decirse que no fue tan colaborador como el anterior, El Juli mostró su decepción después de intentos baldíos que no llegaron a buen puerto.
Mejor suerte, si cabe, tuvo Miguel Ángel Perera, con el segundo de la tarde, un toro de bonita planta al que recibió con unas plásticas verónicas a pies juntos que combinó con unas limpias y vistosas gaoneras. Apretó y persiguió el animal en banderillas, y llegó a la muleta con una clase excepcional, con ritmo y la acometividad necesaria para el triunfo gordo. Y así sucedió. Inició Perera la faena en el centro del anillo con un pase cambiado por la espalda que repitió hasta en cuatro ocasiones sin mover las zapatillas. Cuando cerró la tanda, la plaza hervía de emoción y parecía que se venía abajo. Comenzó entonces el lucimiento del toro, repetidor incansable, bien acompañado por un toreo en estado de gracia que, sin embargo, equivocó en ocasiones los terrenos, ahogó la embestida del animal, y lució menos de lo que la ocasión merecía. A pesar de ello, quedó constancia de un torero en plena forma y de un toro excepcional al que se le dio la vuelta al ruedo. Nobilísimo resultó el quinto, de esos que exigen caricias especiales, y la labor de Perera careció de la hondura exigible; quizá por eso, el toro se cansó de embestir, se rajó y huyó hacia la querencia de toriles.
Cuando se llevaban cortadas cuatro orejas salió el tercero y cambió el panorama. Ese desarrolló genio y puso en apuros a Talavante, que resolvió la papeleta con dignidad y recursos, pero alejado del brillo de sus compañeros.
Pasaban las diez de la noche cuando el sexto se partió un pitón y fue devuelto. Para entonces estaba claro que la corrida se había venido abajo en la segunda parte, más descastada y sombría que la primera. El sobrero no demostró la alegría inicial de sus compañeros de destino, y llegó al tercio final con muy pocas ganas de poner un brillante colofón a su vida. Sencillamente, decidió no embestir, y Talavante abrevió como manda la lógica.

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