BILBAO/BILBO. Plaza de toros de Vista Alegre. Viernes 26 de agosto. Séptima de feria.
Tres cuartos de entrada.
Toros de Alcurrucén bien presentados, con buen juego.
Enrique Ponce: dos pinchazos -aviso- y media estocada (gran ovación); -aviso- estocada desprendida (oreja y petición de otra).
Daniel Mora: gran estocada (oreja); pinchazo, estocada -aviso- y descabello (ovación).
Daniel Luque: pinchazo, pinchazo hondo -aviso- descabello (vuelta al ruedo); estocada tendida -aviso- y descabello (ovación).
Reproducimos la crónica que realiza D.José Luis Merino, para elpais.com, sobre este festejo:
Tras Morante, el toreo sigue
Después de la actuación mágica de Morante del martes pasado, podría pensarse que las tardes de la feria bilbaína quedaron anestesiadas, huérfanas de su ausencia. Y no fue así. Ayer se dieron momentos toreros para el recuerdo. Por encima de todo la corrida de Alcurrucén. Los seis toros ofrecieron un juego notable. Las reses tenían presencia y raza, además de fuerza y movilidad. Puede que sea una de las mejores -si no la mejor- de la feria.
Enrique Ponce cortó una oreja en su segundo, y toreó muy bien en su primero. En ese primer toro empezó muy despegado dando trapazos, mezclando buenos pases con otros movidos. La faena fue a más. Mató mal. En su segundo hizo un despliegue de su saber y de su arte. Si bien con la mano izquierda no se acopló como debiera, con la derecha estuvo muy bien, ligando los pases siempre. Pero los momentos exquisitos, de una belleza incontestable, los hizo con una pierna flexionada y la otra haciendo escuadra con la rodilla para dibujar tres pases en uno: un derechazo seguido de un pase cambiado, para rematarlo con un trincherazo. Eso lo repitió exquisitamente. Queda muy pobre describirlo. Había que verlos. En esos momentos el arte de torear se convertia en una segunda naturaleza. Muy bien Enrique Ponce, que hacía la número 52 de sus actuaciones en el coso bilbaíno.
David Mora pechó con un toro nada fácil en su primero, quizás el más complicado de los seis. Estuvo valiente. Mató de una gran estocada. La oreja se la dieron por la espada. Sin embargo, en su segundo estuvo por debajo del toro. Citó de lejos, dando pases largos y mandones pero no desarrolló toda la calidad torera que atesora en sus muñecas, tal como lo demostró el día que alternó con Morante.
Daniel Luque toreó muy bien su primero con las dos manos. Ligó y templó. Era un primor verle desplegar un grandísimo gusto y torería. Muy bien. Mató mal. Perdió la oreja que se había ganado con su buena faena. En su segundo, toreó para la galería. Se puso fuera de cacho. No se cruzaba y los pases eran, por tanto, mentirosos.
Afortunadamente, después de lo de Morante, puede comprobarse que todavía queda sitio en el mundo de los toros para aquellos diestros que quieren demostrar que el toreo está vivo.
También vamos a reproducir la opinión de D. Alfredo Casas realizada para elcorreo.com:
Bendito encaste Núñez
No será un servidor quien caiga en la tentación de recurrir al manido e incierto tópico del 'monoencaste' Domecq para ensalzar las virtudes de los toros de procedencia Núñez. La que armó don Carlos en 30 años. A día de hoy, en pleno siglo XXI, aún perduran los frutos de su meticulosa selección. Aunque sean contadas las divisas que continúan manteniéndose fieles a tan extraordinario encaste. Buena parte de culpa y responsabilidad la tienen las empresas taurinas, que se pliegan permanentemente a los caprichos y pretensiones de las acomodadas figuras del toreo.
Bendito sea el encaste Núñez. Y la Junta Administrativa de Vista Alegre que, asesorada por la Casa Chopera, nuevamente anunció en Bilbao a los toros de Alcurrucén; pese a que eran escasos, me sobran dedos de una mano, los toreros con categoría de 'figuras' dispuestos a estoquear tan comprometido encierro. Por cierto, Sebastián Castella, el gallo francés, era uno de ellos.
Gran corrida la que los hermanos Lozano lidiaron ayer tarde en el ruedo de la calle Martín Agüero. Aunque de heterogéneas hechuras, magníficamente presentada. Imposible un solo reproche. Y, por si fuera poco, variopinta por su desigual y sugerente pelaje: castaño, listón, girón y gargantillo el primero; negro listón el segundo; berrendo en negro, listón, meano, calcetero y gargantillo el tercero; colorado chorreado el cuarto; negro chorreado en morcillo el quinto y colorado, bragado, meano, girón y careto el sexto. Toros para todos los gustos. Como en botica. Con todo, tan distinguida presentación, no debe ensombrecer el destacado comportamiento de los astados. Seis de seis. Difícil logro. Casi como acertar la 'euromillonaria'.
Abrió festejo un toro encastado, enrazado, con transmisión y motor -a pesar de lo mucho que le dieron en varas-. El primer toro de Mora fue astado combativo, temperamental, exigente y con fondo de bravo. Cuanto más le exigió su matador, más se empleó. Ojo, siempre supo lo que se dejó detrás. El tercero en el orden de lidia fue un morlaco encastado, templado y de gran clase. Por ponerle un pero, con el fondo justo. El segundo del lote de Enrique Ponce fue nada más que extraordinario. El sueño de un torero. Una incansable máquina de embestir con fijeza, acompasado ritmo, clase, nobleza y profundidad. El quinto hizo bueno el dicho taurino. También encastado, fue astado de emotivas arrancadas. Y el sexto, el más justito de raza y fondo de la corrida, pero encastado, noble, enclasado y colaborador. Un toro de dulce. Como toda la corrida.
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