El Juli, ayer con su primer toro en la plaza de Vista Alegre.- FERNANDO DOMINGO-ALDAMA
BILBAO/BILBO. Plaza de Toros de Vista Alegre. 25 de agosto. Sexta de feria. Lleno total.
Toros de Victoriano del Río: desiguales de presencia, justos de fuerzas, sin ninguna calidad exceptuando el segundo y, sobre todo, el tercero.
Enrique Ponce: pinchazo, estocada desprendida y descabello (palmas); pinchazo y estocada baja (silencio).
El Juli: pinchazo, estocada trasera y desprendida -aviso- y descabello (ovación); estocada caída (ovación).
Miguel Perera: pinchazo, estocada trasera y descabello (gran ovación); estocada (aplausos).
Reproducimos la crónica que realiza D.José Luis Merino, sobre este festejo, para elpais.com:
El tiro por la culata
No hay que llamarse a engaño. Los toros de ayer de Victoriano del Río los exigieron las figuras. Ellos son los mandamases del toreo. Los que llevan la voz cantante del cotarro taurino. Los mismo que, presuntamente, se ríen (por lo bajo) de los toreros modestos por tener que lidiar las corridas duras.
Pues bien, ayer de los toros pedidos por ellos solo salieron dos, el segundo y el tercero. Tenían lo que deseaban: toros suavones, con poca fuerza, y borregos, sobre todo el tercero de la corrida. Ese toro tuvo una nobleza hemorrágica, y era dulce como un niño de pecho. El resto de los toros no valían para nada. Toros sin clase, sin raza e inservibles. Pero no pasa nada, dirán los diestros, vamos a cobrar igual. ¿Y el público? El público está para dejarse engañar mientras pasa por taquilla tarde tras tarde.
A Enrique Ponce le tocó el peor lote. Sus toros no valían una perra gorda. En el primero puso voluntad y en el segundo el toro se quedaba, no pasaba.
El toro primero de El Juli apenas fue picado. Dobló las manos en dos ocasiones. El diestro madrileño toreó demasiado acelerado. Sus muletazos los sacaba hacia afuera en exceso. Perdía pasos. No ligaba ni cargaba la suerte. Lo más torero -lo único torero- lo realizó después de un cambio de mano dando un natural ajustado. Esa circunstancia ocurrió en dos ocasiones. Pudo cortar dos orejas -o una oreja-, pero había que torear más ceñido y con más clase. En su segundo, el toro no humillaba y, para colmo, no tenía fuerza. Puso ganas y voluntad. Solo faltaba que no lo hubiera intentado.
El primer toro de Miguel Ángel Perera era para haberle cortado las dos orejas y el rabo. Y el torero se enteró demasiado tarde que tenía ante sí un toro de carril. Era bondadoso. Su labor la cimentó sobre las dos manos. Toreó hacia afuera y abusando de pico. Únicamente estuvo bien en tres tandas de naturales. Su segundo era un inválido.
Señores, si no aparece el toro con el peligro que lleva dentro en su raza brava, lo que queda es la pantomima, la apariencia y el simulacro. Valdrá para el torero y su parentela, pero no para la verdad del toreo.
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