Francisco Marco se llevó una oreja. Foto: Alberto Aja
Hay orejas y orejas. Sirvan como muestra la que Iván Fandiño le cortó al primero de su lote y la que el respetable demandó con éxito para Francisco Marco del quinto. Entre uno y otro trofeo ahondó un inmenso abismo.
Fue el tercer ejemplar en el orden de lidia, un toro de embastecidas hechuras: alto de cruz, pechugón, descolgado de riñones y escurrido de los cuartos traseros. Bruto como él solo de salida, se estampó contra las cabalgaduras de los varilargueros por dos ocasiones. Tras ambos encuentros salió suelto. Magníficamente bregado por el torero de plata, Roberto Martín “Jarocho”, el toro exhibió su reacia y peligrosa condición en una primera tanda en la que, al segundo muletazo, se metió por dentro buscando el pecho del torero. Menos escandalosas, aunque igualmente acostadas fueron sus arrancadas por el pitón izquierdo. Cuando muchos barruntábamos el final del trasteo de Fandiño, el torero vizcaíno logró una meritoria tanda en redondo en la que empujó las arrancadas hasta convertirlas en embestidas. Lo hizo con templado pulso e imprimiendo expresión al toreo. Dos nuevas y compactas series, en las que Iván aprovechó con tino las querencias, apretó los pases hacia los adentros y acompañó sin atosigar hacia los medios, precedieron a una estocada entera y contraria. Oreja de ley.
Serio por delante, corto de manos y apretado de carnes, el quinto se desplazó tras los capotes con prontitud, clase y buen son. Generosamente castigado en varas, de limitadas facultades y extraordinario fondo, el toro de Antonio Bañuelos únicamente exigió temple y pulso para ahondar sus viajes por ambos pitones. Y no que Marco lo acompañara en la media altura y, menos aún, que aliviara los remates. Aunque desplazado de aquí para allá, sin ser metido en la palma de la mano, el toro no dejó de acometer a pesar del dilatado metraje de la labor del torero. Tres toreados molinetes de rodillas, un garboso abaniqueo y un espadazo desprendido y delantero, calentaron los tendidos que pidieron un trofeo, de marcado acento local, que la magnánima presidencia otorgó sin reparos ¿Entienden ahora la diferencia entre uno y otro trofeo? Pues eso.
Frente a los astados que completaron sus desiguales lotes, Francisco Marco se exhibió aseado y académico con un toro de desentendida voluntad y ninguna clase que, casi siempre, embistió con el pitón contrario y soltó la cara con aspereza. Por su parte, Iván Fandiño porfío con asentamiento y distintos recursos técnicos que no obraron el milagro de encelar a un morlaco descastado, gazapón y venido de menos a nada.
Encabezó cartel el rejoneador navarro Pablo Hermoso de Mendoza que dispuso de un primer ejemplar manso, soso y manejable. Abanto, frío e imposible de salida, Hermoso debió esperar al turno de “Chenel” para romper al toro de costado y hacia delante, al hilo de las tablas. Montando a “Ícaro”, el rejoneador metió en el estribo a un astado con el que hizo lo que le vino en gana. Desfondado y agarrado al piso, “Pirata” ofreció al toro la puerta de toriles y Hermoso clavó tres expuestas banderillas cortas y medio rejón de muerte. Insuficiente ya que necesitó de un descabello. Con su segundo, manso, descastado, rajado y muy deslucido, el navarro no se aburrió ni perdió la compostura. Lo cual ya es un gran mérito. Puerta a la vaca.