FOTOS - ALBERTO ESTÉVEZ
Si los alrededores de la plaza Monumental de Barcelona hubieran estado últimamente tan colapsados y llenos de pasión como una hora antes de la que en principio es la última corrida que acogerá el coso barcelonés, quizá la prohibición nunca hubiera llegado. Como en los tiempos de máximo esplendor: bares colindantes a rebosar -"no tiempo para hablar", decía uno de los camareros chinos, feliz en el abarrotamiento-, encargados de aparcamiento impidiendo el acceso por colapso y embotellamiento humano en las entradas a la plaza, situación en algún momento mareante por la combinación entre el humo de los grandes habanos, un cierto perfume de los claveles de las señoras y algún que otro derramamiento del contenido de vasos (muchos de cristal) que introducían los asistentes.La multitud prestaba escasa atención a los grupos de taurinos y antitaurinos que ya forman parte del paisaje natural de la Monumental en los últimos meses, a lado y lado de la calle Marina separados por un notable dispositivo policial. Tampoco hacía mucha falta. A una cuarentena de animalistas -"el circo romano tiene que terminar en el siglo XXI", gritaba uno de los portavoces? se oponía una treintena de protaurinos más proactivos, cuya mayor insignia era una senyera que en letras supuestamente de confección doméstica atacaba en catalán al presidente de la Generalitat, Artur Mas: "No tenéis dinero para la Sanidad, la Enseñanza ni las pensiones pero sí para las prohibiciones. Mas eres un crack". Y gritos de "¡Libertad, libertad!", que renacían al paso de cualquier cámara televisiva.
El discurso casi en verso de la pancarta perdía originalidad si alguien se tomaba la molestia de leer las octavillas con las que el PP de Cataluña casi alfombró los alrededores de la monumental. Los populares colocaron, aún antes de empezar la fiesta, la primera banderilla. El tercer punto del panfleto afeaba los recortes sociales y el dispendio del pago de las "indemnizaciones millonarias" que recibirán los afectados por la ley de la prohibición de las corridas.
La líder del PP catalán, Alícia Sánchez-Camacho, compartía el cartel del folleto con Jorge Fernández Díaz, separados apenas por el eslogan -"comprometidos con la libertad"- y por la silueta de un toro azul, con un corazón con las siglas CAT. El mismo grafismo que habían estampado en los abanicos de plástico que repartían en el tenderete que el partido había instalado en uno de los laterales de la plaza.
La Sánchez-Camacho de carne y hueso atendía a aficionados y sobre todo medios de comunicación, como hacía otro de los ídolos del partido en Cataluña, Xavier García Albiol, alcalde de Badalona, que resumía a las puertas del coso la faena que va a a llevar a cabo su partido: "Hemos pedido al Parlamento catalán una moratoria de dos años para la aplicación de la ley y paralelamente hemos de sentar a negociar a los gobiernos de Cataluña y de España; puede que haya a quienes no les guste la fiesta, yo mismo no soy aficionado a los toros pero estoy aquí por coherencia: la gente ha de tener la libertad de poder elegir y decir si va o no va los toros", aseguraba. "Albiol, eres más valiente que Tomás", le espoleó un aficionado.
Nadie apretó a la exministra Carmen Calvo, que casi una hora antes entraba ya en la plaza y aseguraba que el tema "se reconducirá a través del Tribunal Constitucional" porque, en su opinión, el gobierno catalán "ha invadido competencias: pueden regular la fiesta, pero no prohibirla".
Elegante, con pañuelo rojo en la americana, el empresario Lepoldo Rodés calificaba la situación de "lamentable" y recordaba que la fiesta "es una cosa tan catalana como española y eso es compatible", a la vez que anunciaba que, por el momento, irá a ver las corridas "a Nîmes, con lo que el negocio lo harán los franceses".
Al discurso de que la fiesta taurina también es catalana se unió el cantautor Jaume Sisa, vestido hasta los zapatos de rojo sangre, en un particular homenaje: "Es ridículo que tengamos que ir ahora al extranjero para ver una cosa tan catalana, como si tuviéramos que irnos fuera de Cataluña para bailar sardanas; lo mismo". El director teatral Joan Ollé sacaba erudición para recordar que el rey catalán Joan I "ya organizaba este festejo en 1387"... El periodista Pedro Piqueras solo podía articular palabras como "apocalíptico", "dantesco" y el torero Oscar Higares, casi con aficionados colgando de su cuerpo, resumía: "día triste para el toreo no sólo en Cataluña".
Entre cámaras de programas televisivos de famoseo, revendedores apurando su suerte y personajes que ofrecían hasta lienzos, dos jóvenes vendían camisetas blancas con el buscado cartel de Barceló de esta última corrida. A 15 euros. ¿Un poco cara? El vendedor se defendía: "Es que es una camiseta histórica". Como la misma jornada.
Fuente: elpais.com/CARLES GELI
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