Reproducimos el artículo de opinión publicado en el diario Información de Alicante, con ocasión del aniversario del fallecimiento de nuestro amigo Oscar L. Ortega Ortega, gran aficionado a los toros y maestro en el entendimiento de la Fiesta. Este artículo ha sido escrito por su viuda e hija. Consideramos que ha sido una gran perdida para todos y por eso desde este espacio mandamos nuestro cariño y afecto a sus familiares.
JOSEFA MÁÑEZ INIESTA Y MARÍA J. ORTEGA MÁÑEZ
La lucha misma por llegar a la cima es suficiente para colmar un corazón de hombre. Albert Camus, El mito de Sísifo.
La vida es drama, donde importa no cuánto duró, sino cómo se representó. Pedro Calderón de la Barca, El Gran Teatro del mundo.
Al cumplirse hoy un año del fallecimiento de Óscar Ortega, nos asalta de nuevo la magna pregunta: ¿qué es la vida? Y con inusitada evidencia su recuerdo parece evocar la calderoniana respuesta: la vida es sueño. Pero sueño entendido como idea que rige la acción, sólido triunfo de un afán heroico, reflejo viviente de lo mejor de nosotros mismos. Dicho con sus propias palabras, grabadas en nuestra mente: lucha, voluntad, aventura. Crear un proyecto -que es elevar un sueño a la categoría de objetivo - creer en él- convertirlo en razón vital y luchar contra cíclopes y lestrigones por alcanzarlo. Vencer batallas -¡cuántas batallas!-; una prueba tras otra, o solapadas, ligando con cadencia en armoniosos pases las feroces embestidas de la vida. Y así, luchando, murió: como un héroe épico cuyo sueño es vida.
"Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible"É palabras clave que sólo nos parecen adquirir verdadera significación referidas a él, como si Don Quijote se las hubiera prescrito en alguna venta quimérica de su Mancha natal. Su voluntad y los derroteros de la vida supieron colocarle en la perspectiva exacta que Louis Jouvet reclamaba para hacer las cosas en la vida como en el teatro: "en profundidad y altura, es decir, en la vertical del infinito". Desde tal posición se ve el mundo -la sociedad- en su lacerante verdad. Si a esta amplitud de miras se añade un amor desmesurado por el conocimiento, el bien, la justicia, se perfila entonces nítidamente la figura de quien va a pecho descubierto al encuentro de nobles empresas en que medir su fuerza y condicionar así su felicidad. Prueba de ello son las muchas causas particulares a las que prestó desinteresadamente sus servicios como sociólogo y asesor, y los excelentes resultados obtenidos; así como sus publicaciones, ya fueran artículos de prensa de contenido sociológico, estético, taurino, o los distintos obituarios brindados a personas de su entorno afectivo, los cuales encerraban siempre toda una lección filosófica sobre la existencia que al releer ahora, paradójico revés, nos iluminan y se convierten en nuestro único consuelo de su pérdida. Voluntad de poder, ya lo dijo Nietzsche. No se explica sin ella su trayectoria, brillante y espinosa; su actitud vital inquebrantable, su valentía, su ímpetu, su temple.
Sociólogo de profesión, cabe sin embargo destacar, en lo cultural, su precursor trabajo de difusión de la poesía de Francisco Mollá -poeta petrerense- y de la pintura de Luís Vidal -fundador del Grupo Palera de Monóvar-. Fue su depurada sensibilidad, pese a su juventud, la que descubrió la grandeza de los versos de Mollá cuando le fueron entregadas unas cuartillas manuscritas del poeta. La profunda emoción que le causó el descubrimiento le llevó, junto a Alejandro Guillén, a preparar la edición, enteramente autofinanciada, del primer libro propio de Mollá, Orto (1975) y del siguiente, Alma (1980). Su profunda admiración por la pintura de Vidal, traducida en la intensa amistad que le unía a él, culminó en la exposición de 1978 en la Sala Sorolla de Elda y en un homenaje teatral. El resto de su empeño artístico fue consagrado al Grupo de teatro Coturno, dirigido por el decisivo Rafael Maestre, y, posteriormente, a la asociación cultural Taurofilia, los dos de Elda. Ambos canalizaron una continuada e intensa dedicación que fructificó, posiblemente, en su obra Retablos, presentada en el Teatro Principal de Monóvar, o en el Curso de Tauromaquia que acompañó a la exposición de la serie de grabados -del mismo nombre- de Goya, Caballero y Barjola en el Casino de Elda. La honda impresión que produjo en nosotros aquel Cristo nuevo sobre las tablas, o el torrente de sus palabras maestras, aún perdura. ¿Cabe, pues, dada la efímera condición del teatro y de la vida, otra eternidad?
Pero más importante y difícil para nosotros de reseñar, por ser la forma esencial de su entera biografía y condicionante de la nuestra, es su personalidad inimitable, su rúbrica inconfundible en el hacer las cosas, esa forma propia de ser que Orson Welles distinguía como character, concepto a la vez teatral y ético que engloba tanto el estilo proprio como la grandeza moral. "Let's drink to character", era el brindis que el genial Welles proponía bajo la máscara de Mr. Arkadin, y que hoy hacemos también nuestro: "bebamos por ese carácter". Por todo ello levantamos hoy nuestra copa, rebosante de sentido, considerando que una vida tan plena y desbordante no puede sino ser prolongada y sustanciada en un haz de proyectos trascendentes, que no "encontró sepultura su amoroso batallar", sino todo lo contrario: que aspiramos sólo a continuar en estrecho diálogo con él esta obra, cual pirandellianos personajes con su autor. Y sin temblar ya presentimos que ser es más que estar, y Óscar es: materia viva que nos anima, luz de nuestro pensamiento.
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