Reproducimos la crónica que realiza D. Álvaro Suso para El País, sobre la corrida celebrada ayer, lunes 10 de agosto, en San Sebastián.
Los enfadados
La profesión de torero es una labor muy seria. Preguntado una vez El Viti por un aficionado la razón por la que nunca sonreía en sus actuaciones, replicó que en el ruedo está la vida en juego y no cree que haya ningún profesional capaz de bromear cuando la muerte pasa a su lado. Pero una cosa es la seriedad y otra, estar enfadado sobre la arena.
El coso de Illumbe no es la habitual plaza festiva por la que circulan los toreros en este mes de agosto. Aquí no hay charangas, no hay peñas cantando ni cazuelas con meriendas de cuchillo y tenedor. El donostiarra es otro ambiente. Elegante, deseoso de ver a los toreros y con la amabilidad de quien acude a ver un espectáculo. La corrida de ayer fue cuesta abajo, con tres toros finales que rompieron el buen tono inicial y, aún así, el público aplaudió con mucha fuerza a los actuantes en su despedida.
El Juli pareció siempre enfadado. Hasta cuando lo hizo bien. En su primer enemigo, un encastado toro de El Ventorrillo, alternó buenos y malos momentos. Quiso, apretó, pero no siempre pudo. Sí, cuando sacó unos naturales con emoción y técnica. No, cuando el morlaco le desbordó al intentar de nuevo el toreo con la izquierda ni cuando intentó un desplante. Entonces, echó mano del arrimón. Meritorio. El madrileño lo hizo todo con el gesto de la batalla perdida, de estar luchando contracorriente. Hasta al irse de la cara del toro hizo un gesto de desencanto.
Fue obligado a saludar en sus dos toros. Serio. Cara de derrota, ¿de frustración tal vez? Un torero insatisfecho.
Manzanares decidió seguir esa postura. Le pidieron con fuerza una oreja en el tercero, pero el presidente no vio mayoría. Los peticionarios, enfadados con el palco. A silbidos. Manzanares saludó a regañadientes y privó de la vuelta al ruedo a quienes se habían esforzado con el pañuelo en la mano y dando voces al usía. El alicantino, montera en mano, serio, ni una mueca. Despreciando el premio de la vuelta al ruedo, que según el reglamento también es un trofeo.
En este caso, Manzanares tenía razones para estar algo enojado. El tercer toro de El Ventorrillo fue bueno y siempre estuvo por encima de un diestro cargado de dudas.
Abría el cartel Enrique Ponce, sonriente y relajado. Sin aspavientos ni gestos gratuitos. Comedido y superando las dificultades de sus dos astados para acabar con una oreja de cada uno en sus manos. El de Chiva no estaba enfadado. Quizás por eso el público le pidió con tanta fuerza la oreja en el cuarto. Excesivo premio.
Quienes pueden estar contentos son los miembros de la cuadrilla de a pie de José María Manzanares. Juan José Trujillo repitió una excelente actuación, como en Vitoria, y Curro Javier estuvo valiente y profesional en su primero con los palos, y tuvo que recibir un oportuno quite de José María Tejero, otro de los subalternos que cumple con buena nota casi siempre. Otro apuro importante lo sufrió Manzanares, que tropezó al llevarse el toro en el tercio de banderillas del cuarto y quedó a merced del animal que, por fortuna, patinó lo suficiente como para que el alicantino escapase de un percance seguro. Álvaro Suso.
El Juli pareció siempre enfadado. Hasta cuando lo hizo bien. En su primer enemigo, un encastado toro de El Ventorrillo, alternó buenos y malos momentos. Quiso, apretó, pero no siempre pudo. Sí, cuando sacó unos naturales con emoción y técnica. No, cuando el morlaco le desbordó al intentar de nuevo el toreo con la izquierda ni cuando intentó un desplante. Entonces, echó mano del arrimón. Meritorio. El madrileño lo hizo todo con el gesto de la batalla perdida, de estar luchando contracorriente. Hasta al irse de la cara del toro hizo un gesto de desencanto.
Fue obligado a saludar en sus dos toros. Serio. Cara de derrota, ¿de frustración tal vez? Un torero insatisfecho.
Manzanares decidió seguir esa postura. Le pidieron con fuerza una oreja en el tercero, pero el presidente no vio mayoría. Los peticionarios, enfadados con el palco. A silbidos. Manzanares saludó a regañadientes y privó de la vuelta al ruedo a quienes se habían esforzado con el pañuelo en la mano y dando voces al usía. El alicantino, montera en mano, serio, ni una mueca. Despreciando el premio de la vuelta al ruedo, que según el reglamento también es un trofeo.
En este caso, Manzanares tenía razones para estar algo enojado. El tercer toro de El Ventorrillo fue bueno y siempre estuvo por encima de un diestro cargado de dudas.
Abría el cartel Enrique Ponce, sonriente y relajado. Sin aspavientos ni gestos gratuitos. Comedido y superando las dificultades de sus dos astados para acabar con una oreja de cada uno en sus manos. El de Chiva no estaba enfadado. Quizás por eso el público le pidió con tanta fuerza la oreja en el cuarto. Excesivo premio.
Quienes pueden estar contentos son los miembros de la cuadrilla de a pie de José María Manzanares. Juan José Trujillo repitió una excelente actuación, como en Vitoria, y Curro Javier estuvo valiente y profesional en su primero con los palos, y tuvo que recibir un oportuno quite de José María Tejero, otro de los subalternos que cumple con buena nota casi siempre. Otro apuro importante lo sufrió Manzanares, que tropezó al llevarse el toro en el tercio de banderillas del cuarto y quedó a merced del animal que, por fortuna, patinó lo suficiente como para que el alicantino escapase de un percance seguro. Álvaro Suso.
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